Después de décadas de discusión, de estudios de presupuestales, de falsas promesas y de incontables diagnósticos, parece que el metro de Bogotá será por fin una realidad. Esta ciudad que no solo reviste la calidad de capital de Colombia, sino que además tiene habitantes de todas partes del país y de diferentes partes del mundo, ha tenido un desarrollo lento e inferior en cuanto a la infraestructura de transporte en comparación con otras ciudades de la región como Buenos Aires o Ciudad de México, o incluso con ciudades en Colombia como Medellín. Aunque no vale la pena mirar hacia atrás, es sumamente lamentable que los habitantes de Bogotá sigan –porque ojalá fuera cosa del pasado- viviendo una ciudad donde un porcentaje importante de su vida útil se va en trancones, en contaminación y en un sistema de transporte que hace tiempo probó ser incapaz de responder a la demanda de pasajeros y a la seguridad de estos.
Sin embargo, muchos problemas de Bogotá que se han escondido detrás de la ausencia de un medio de transporte moderno y efectivo, no se superarán con esto, por lo que será un reto para quienes tomen el liderazgo de la ciudad establecer una hoja de ruta que permita superar las múltiples caras de los problemas que afectan la calidad de vida de sus habitantes. Aunque es un gran avance, lo cierto es que no será suficiente para que la ciudad se convierta en un ambiente amigable para quienes han decidido o tienen que vivir en la capital, siempre que muchos de los problemas que agobian a la ciudad no solo están relacionados con el transporte y la seguridad, sino con la forma en la que se ha diseñado el modelo de vida. Se suele asociar el caos, el afán y la inseguridad con las ciudades grandes, como si tuviera el estrés una relación inescindible con las grandes urbes. Una realidad de las ciudades que no es errada, pero frente a la cual no se debe asumir que es una visión correcta o única de lo que debe ser una ciudad.
Este caos que parece propio de las ciudades se tiene que pensar de cara al futuro, pues cada vez se hace más insostenible para las personas un modelo de vida agobiante, en el que el tiempo entre el trabajo y la casa, hace imposible la realización de actividades de dispersión, de compartir con la familia o de vivir un ambiente sano.
¿Cómo cambiar esto? Pensando en ciudades inteligentes, ofreciendo mejores servicios para los ciudadanos, eliminando trámites innecesarios y digitalizando los procesos, generando incentivos para el teletrabajo o estableciendo políticas para la flexibilización de la jornada laboral. Este es el verdadero reto de quienes tomen la dirección de la ciudad y es un desafío para las demás ciudades de Colombia que van encaminadas hacia ese mismo destino.
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