El proyecto de la reforma política estaba condenado al fracaso desde su presentación, tanto por ser un proyecto sustancialmente malo como políticamente impopular al interior del Congreso. Al gobierno le está faltando medir bien la temperatura política en el Congreso. Muestra de ello es que se han cometido toda una serie de errores en el trámite de esta reforma, empezando por sobreestimar su poder político en el legislativo. Colombia sí necesita una reforma política, una reforma que fortalezca el sistema de partidos y que busque ejercicios más participativos en la democracia interna de las organizaciones políticas que tanta credibilidad han perdido.

Sin embargo, el proyecto que se presentó era un proyecto que debilitaba nuestra democracia y, tal como lo advertí en una columna publicada en este mismo espacio, afectaba notablemente la separación de poderes e incorporaba figuras que no son propias del sistema de pesos y contrapesos establecido en nuestra Constitución. Ahora, la ponencia que se presentó para el quinto debate, lejos de remediar uno de los mayores problemas de la reforma, que era la posibilidad de que un congresista pudiera pasar a formar parte del gabinete del gobierno, lo empeoró notablemente. A esta mala idea se le sumó que el congresista que pasara a ser ministro podría volver a su curul siempre que estuviera dentro del periodo para el que fue elegido. Mejor dicho, a quien abandonara su curul en el Congreso para ser ministro se le guardaba el puesto por si le tocaba volver. Esta medida que se pretendía sumar al ya mal elaborado proyecto no es propiamente un mico en los términos de la política colombiana, sino un camaleón, capaz de mimetizarse en ese entorno.

Ahora, todas las bancadas, incluyendo al Pacto Histórico, se adjudican con honor el fracaso de esta reforma en el Congreso, a pesar de que la aprobaron en los primeros cuatro debates. Habría sido más responsable – y de esta crítica hay que excluir a las voces que desde el inicio manifestaron los problemas de esta reforma- que desde el momento en que se presentó el proyecto se hubieran hecho las críticas y los cambios necesarios, y no justificar su aprobación en los primeros cuatro debates con la premisa de que “una primera vuelta no se le niega a nadie”. En síntesis, lo que terminó pasando fue que el proyecto se había aprobado en el Congreso para congraciarse con el gobierno en un primer periodo, sin que realmente hubiera una verdadera intención de aprobarse. Esto si bien hace parte de las dinámicas políticas, solo desgasta el debate público y le resta seriedad a un tema que es fundamental como lo es el sistema político colombiano.

@tatidangond