Esta vez no habrá una agresión impune como la del arquero alemán Harald Schumacher en el juego contra Francia en España-1982, mucho menos una ‘Mano de Dios’, como le llamaron a la tramposa jugada de Diego Maradona sobre Inglaterra en México-1986, ni tampoco una etiqueta que se vuelva tendencia por más de un mes en Twitter como #Esoeragoldeyepes, que se refería a una acción en la que supuestamente estuvo mal anulada una anotación de Colombia ante el seleccionado anfitrión en Brasil-2014 (en realidad sí fue bien invalidado).  

Si el VAR hubiera existido en esos tres momentos y en muchos otros que salpicaron de dudas, suspicacias, polémicas e injusticias la historia de los mundiales de fútbol, todo habría sido más transparente, más merecido, más justo, más digno.

Seguro que Schumacher hubiera sido expulsado y se habría sancionado penalti para los galos, Maradona habría sido amonestado y quizá en otra jugada la hubiera puesto ‘como con la mano’ en la red rival con su mágica y sutil pierna zurda (como hizo después eludiendo a medio combinado inglés), y no de la manera fraudulenta como quedó tatuado en las memorias mundialistas. Y también nos habríamos dado cuenta de inmediato que eso en verdad no era gol de Yepes porque hubo un fuera de lugar. Cerrado, pero fuera de lugar al fin y al cabo.

No entiendo por qué algunos colegas y aficionados ven con malos ojos el VAR. “Es que se demoran mucho definiendo la jugada”, me dijo un amigo que se opone completamente a la ayuda tecnológica. 

Un estudio de la universidad belga de Leuven revela que las jugadas se resuelven en un promedio de 20 segundos. Más se pierde en reclamos por determinaciones erradas y en descaradas actuaciones teatrales por dolencias y lesiones fingidas.

La investigación universitaria también señala que la exactitud de las decisiones de la herramienta es del 98,9%. No me puedo resistir a un cambio que es efectivo y reduce las injusticias en el fútbol. Así que con el estreno del VAR, espero un Mundial más justo.