Lo ha dicho Obama: “Es cruel y contraproducente”. Refiriéndose al statu quo de la discusión con motivo de la propuesta de la ley SB4 de Trump que anula la orden ejecutiva, el DACA, con la que bajo su mandato presidencial, Obama protegía, desde el 2012, a los jóvenes inmigrantes, menores de dieciséis años, de ser deportados. Estos jóvenes, alrededor de 800.000 en la actualidad, rondan los veintisiete años y son trabajadores y profesionales valiosos que México espera con ilusión, por el aporte social de progreso que representan para cualquier país al que regresen, aún con “el sanbenito” humillante de deportados, gracias a la ley propuesta por el presidente Trump que, les obliga a salir del país en un período de seis meses.
Se tiende a hablar de esta situación calificándola de problema latino, pero en realidad, aunque afecta especialmente a México, también influye en toda la región suramericana, e internacionalmente: norcoreanos, filipinos, jamaicanos e indios, porque, aún con tantos obstáculos, Norteamérica sigue siendo, a pesar de Trump y su preocupante racismo, la tierra prometida, fascinante, de la abundancia, la oportunidad y el eslogan de que el trabajo dignifica y enriquece, desde cuando la Europa de la gran hambruna, la de las dos guerras mundiales, de las persecuciones nazis, llenaba los barcos que iban a la tierra de la esperanza y la libertad. Ya no es igual.
Mientras los senadores discuten el desahucio y la deportación de los dreamers, ellos, los soñadores, sonríen esperanzados. Sonreír y soñar no cuestan nada y son un bálsamo. Una sonrisa siempre será una caricia que trasciende todos los idiomas y llega a todos los corazones, para entendernos mejor. Y querernos más.
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