Son rumores, son rumores
Si Confucio hubiera sido, como dijo una reina de belleza “uno de los que inventó la confusión”, sus discípulos habrían sido una mezcolanza de individuos fatigados por el estado de ofuscación que produce la ignorancia. La confusa joven no sabía que entre confucianismo y confusionismo hay enormes diferencias; confucianismo o confucionismo (con C) es un sistema ético originado en China y fundamentado en el pensamiento de Confucio, y confusionismo (con S) es la “confusión y oscuridad en las ideas o en el lenguaje”.
De acuerdo con la imprudente afirmación de la reina –que supone un Confucio dedicado a un oficio tan inútil como absurdo porque la confusión ya estaba presente en Adán y Eva– uno puede decir que Colombia sería entonces una nación confucionista, si bien la inclinación de sus dirigentes al engaño la señala a la vez como una nación por excelencia confusionista. Es, además, una sociedad que acepta y celebra comportamientos antagónicos a la doctrina de Confucio, que “propugna la reflexión y el esfuerzo personal para aprender a conocer el principio armónico y divino que rige el universo y así llegar a la compasión que induce a socorrer a los semejantes y a la equidad que conduce al respeto de los bienes ajenos y de la posición social de cada cual”. Una sociedad condescendiente con el desorden, la indisciplina, la mentira, la injusticia y la crueldad, sumisa ante la costumbre de tergiversar la realidad y manipular la información en función de intereses particulares, amante de los runrunes, a veces falsos y a veces ciertos, que circulan diariamente y causan desasosiego y perplejidad.
La propuesta de Reforma Tributaria engendró rumores a tutiplén. Tras ellos comenzaron a moverse, como un yoyo, las emociones de los colombianos que sabemos que esas reformas acaban asociadas fatalmente con el fondo del bolsillo. La habitual terminología que precede a las maniobras tributarias del Gobierno desencadenó una paranoia en torno a la incertidumbre del futuro, y, como si esto fuera poco, el presidente de Asofondos, Santiago Montenegro, advirtió que “lo indicado sería que tributaran las pensiones altas del régimen de reparto”. Yo no sé si los letrados del país tengan idea de lo que representa la insinuación de gravar pensiones a una población que recién comienza a experimentar las infaustas consecuencias que la famosa Ley 100 –cuyo ponente fue Álvaro Uribe Vélez– trajo sobre las suyas; pero es apenas lógico que su sola mención fuera inadmisible, como lógicas también son las censuras contra las políticas económicas del Gobierno.
Son rumores… son rumores... repiten quienes recuerdan el estribillo de una canción muy popular. La ministra del Trabajo se apresuró a desmentirlos: “Nunca se ha pensado en poner gravámenes a las pensiones”, “no existe ningún proyecto en ese sentido”. Son rumores… son rumores... Ojalá. Amanecerá y veremos, dijo el ciego.
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