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Sol quieto

Solstitium’, un término que proviene del latín (sol-sistere) y que ha sido interpretado como sol quieto, es el origen de la palabra solsticio. Un sol en suspenso, una invención, una más de las figuraciones con las que el hombre mitiga la consternación que le produce lo que no alcanza a desentrañar del universo en que habita. Como es natural, los fenómenos de difícil comprensión quedan, para muchos, reducidos a expresiones intrascendentes. Sin embargo, a los poetas les es dado permanecer en el asombro. “Abro de noche la ventana y miro dispersas las estrellas. / Y las que veo lindan con el principio de otras estrellas. / Se extienden más y más, se extienden sin fin. / Hacia afuera, hacia afuera y siempre hacia afuera. / Mi sol tiene su sol y dócilmente gira en torno suyo. / Forma con sus compañeros un grupo de círculos más amplios. / Y lo siguen otros mayores al lado de los cuales los más amplios son puntos.” En el Canto a mí mismo Walt Whitman retrata la conmoción que producen las cosas inexplicables.

Hoy, veintiuno de diciembre, es el solsticio de invierno en el hemisferio norte. Los solsticios son eventos astronómicos de los cuales la inteligencia humana aprendió a descifrar el momento en que ocurren y –según registra la información oficial– para el año 2017 tendrá lugar a las 17 horas, 27 minutos y 58 segundos. Ese sol en suspenso, ese instante exacto en que el astro rey pareciera detenerse, marca el comienzo del ciclo invernal, de los días más cortos, las noches más largas, el tiempo de la familia y del amor fraternal. Desde la antigüedad el solsticio de invierno está asociado a períodos de meditación y transformación, por lo cual es el inicio de incontables celebraciones. De manera que, tanto quienes habitan el gélido escenario que se toma infaliblemente el hemisferio boreal, como quienes vivimos en el trópico, donde el sol brilla en estos días más que siempre, entramos en un proceso de abstracción, de negación, de enajenamiento; no queremos saber de nada que huela mal. Desconocemos la muerte, menospreciamos la política, las teorías psicoanalíticas, el comportamiento del dólar o las pantorrillas de Usain Bolt. No desearíamos liberar ni la hormona más inútil ante las especulaciones de Donald Trump o las iluminaciones de Andrés Pastrana; con el solsticio de invierno pareceríamos volver a ese estado original del que nos privó una serpiente: la inocencia, y con ella, a la indolencia. Sin embargo, a los poetas les es dado permanecer en el asombro. “El reloj indica el momento, ¿pero qué indica la eternidad? / Ya hemos agotado trillones de inviernos y estíos. / Quedan trillones por delante y trillones después”, diría también Whitman en el Canto a mí mismo. Pese a estas crudas verdades el ser humano sobrevive en la esperanza, así que yo les propongo a mis lectores disfrutar del encantamiento en que nos recluye la Navidad. Que sea el tiempo del amor.

Felices fiestas para todos.
berthicaramos@gmail.com

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