Sobre la familia
La reciente sentencia de la Corte Constitucional, que limitó (por ahora) la adopción de niños por parte de parejas homosexuales a la condición de padre biológico de uno de sus miembros, ha desatado, como era de esperarse, un notable número de opiniones, la mayoría señalando inconformidad con la medida. Está claro que la naturaleza incendiaria del tema estimula la reacción rápida, la postura irreflexiva y la militancia enfermiza.
Los participantes en los debates han utilizado argumentos de toda índole para defender sus ideas. El discurso más repetido por parte de quienes consideran inapropiadas este tipo de adopciones, encuentra apoyo principalmente en interpretaciones religiosas de lo que debe considerarse conveniente; peligroso camino que nos impone unos dogmas y preceptos que hace ya mucho tiempo vienen siendo objetados por cada vez más personas, al entenderlos insustanciales, improcedentes y, en no pocas ocasiones, peligrosos. También, y fruto de deducciones parecidas a las religiosas, existen quienes creen que el comportamiento homosexual es, en sí mismo, una señal de perversión, maldad y poca humanidad. Una suma de conceptos con los que ninguna persona educada libremente podría estar de acuerdo, y que nos revela cuán primitivos pueden llegar a ser nuestros particulares mecanismos de consenso.
Por otra parte, quienes defienden la reforma, aunque considero que tienen la razón de su lado, cometen el error de caer con facilidad en una indignación desmedida con la decisión de la Corte, reacción quizá carente del análisis y la reflexión que merece. No me parece que sea menor el avance que se ha logrado: recordemos que estas transformaciones no suelen ser vertiginosas, y que los colombianos tenemos todavía un gran componente tradicional y machista en nuestra comprensión de la sociedad y la familia. Se debe imponer la paciencia.
Sin embargo, lo que más me ha llamado la atención de todo este asunto es comprobar cómo un tema específico y quizá menor, si nos referimos en términos cuantitativos, logra inflamarnos hasta niveles superlativos; mientras el día a día, más atroz, tangible y masivo, no reclama nuestras pasiones. Me sorprende que nos preocupe tanto el destino de nuestros niños –insisto, serían pocos– en manos de parejas homosexuales, y no parece inquietarnos el triste futuro de los miles de niños que a diario nacen condenados a una vida de sufrimiento y abandono en manos de sus padres.
Claramente entendemos que encargarse de la crianza de un niño no es algo de poca monta. Hemos convenido que los niños deben tener un hogar que los proteja y los eduque con salud, cariño y recursos. En este sentido, tener una familia no puede ser simplemente convivir con el padre o la madre, o con ambos; hay miles de casos que nos confirman que con eso no basta. Aun así, la mayoría de nosotros celebramos sin mayor prevención que todo aquel que tenga la suerte de ser fértil se reproduzca sin límite o control, mientras juzgamos a una minoría por querer encargarse de unos niños desamparados, aunque esté dispuesta a cumplir con todo el trámite establecido. Quizá lo justo sería que les exigiésemos las mismas condiciones a quienes, por simple biología, están en capacidad de engendrar. Nos llevaríamos una gran sorpresa.
moreno.slagter@yahoo.com
@Moreno_Slagter
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