Hace unos días saltó la alarma en la prensa española avisando de que los latinoamericanos ahora nos estamos yendo, como hormiguitas en éxodo, de la vieja y bella España. Lo que no dicen es la verdadera causa de tan inopinado suceso, pero yo sí me la sé y la voy a explicar aquí en latín paladino: al final nos hemos acabado cansando, no aguantamos más esa fea costumbre que tienen la mayoría de los españoles de hablar sacando la lengua fuera todo el tiempo. Yo he calculado que la sacan un promedio de 13 veces por minuto en una conversación normal (sin rabia ni hambre). Así que en apenas 60 segunditos de cháchara habitual los latinoamericanos sufrimos un promedio de 13 sobresaltos en forma de lengua cada vez que hablamos con un español.
Sacan la lengua cada vez que pronuncian raro y mal la letra z y la letra c. De 500 millones de hablantes de español en todo el orbe, solo estos 40 millones lo machucan así de extraño. En vez de pronunciarla como todo el mundo (exactamente igual que la bonita letra s), ellos en cambio se echan al monte en armas más propias de comedias, de vodeviles, de sainetes: un personaje que sobre el escenario se la pase todo el tiempo sacando la lengua cada vez que habla, nunca jamás podrá representar con verosimilitud un drama o una tragedia, ni aunque le doliera una muela.
Sin embargo, los que peor la pasan no son ellos, sino nosotros, los latinoamericanos aprehensivos y misericordiosos. Sí, porque todo el tiempo vivimos angustiados pensando que se la van a morder. Cada vez que vemos asomar la lengua de algún interlocutor español, enseguida nos decimos con angustia: ¡Ay, carajo, que se la muerde!... Casi... ¡Ojo, que ahora sí se la mordió!... Ah, no, parece que tampoco... ¡Se la muerde!. No, compadre, así no hay quien viva tranquilo, por eso es que nos vamos de España.
Por lo demás, me acabo de enterar que aquí los pájaros le disparan a las escopetas: hasta se han inventado un nombre para lo que en realidad es la norma, como si se tratara de una excepción: le llaman “seseo” al hablar correctamente como nosotros, sin perderse con las zetas y las ces, y dicen del tal fenómeno que se produce en algunas zonas de Andalucía, Canarias y en Hispanoamérica. ¡Qué moral! ¡Qué raza! Nosotros somos 460 millones, ellos no son más de 40, y aun así se ha de suponer que la excepción somos nosotros, nosotros que siempre tenemos el suficiente pudor, decoro y consideración de nunca andar mostrándole la lengua a nadie con quien estemos hablando en términos amistosos.
Esos números y definiciones a mí me recuerdan el Diccionario Oficial de los Pingüinos, que son las únicas aves que no vuelan y además también son famosos por su gran optimismo moral. Su entrada para la palabra “Volar” dice así: “Extraña y errática forma que tienen de desplazarse las gaviotas, las águilas, los gorriones, las golondrinas, los alcatraces, las cigüeñas, los canarios, los periquitos y todas las demás aves, excepción hecha de las cobardes avestruces”.
Con esa cosmovisión, con esa carencia de rigor epistémico y esas lenguas fuera todo el tiempo, no hay quien pueda convivir en paz. Por eso es que nos vamos. Adiós, muy buenas, España. Te vi y te veré.
jromero_s@yahoo.com
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