Ninguno de los que empezamos a darle la vuelta a la vida somos tan importantes como los niños; en ellos descansa el futuro de la naciones. Sin embargo, en un país como Colombia, muchos niños aún se mueren de desnutrición, o son violados, secuestrados, abandonados y asesinados. Qué podremos decir cuando se enferman y los atienden en instituciones no aptas para su asistencia, o cuando tienen enfermedades graves, no se les ayuda a su debido tiempo, y fallecen. Cuando se queman o se ahogan, o se caen de un edificio por descuido. Cuando los ingresan en la guerra, y aprenden solo a matar, a defenderse como fieras, y a sufrir –durante los años más valiosos de la vida– situaciones indescriptibles. Algunos, hasta desconocen el afecto y el amor de sus padres o familiares. Buscarles soluciones a adolescentes es una utopía, no hay nada atractivo sino la droga, el robo o el asesinato, para volverse ricos con los bienes de los demás y olvidarse de los juegos, de la entretención, del deporte, y del conocimiento de las cos
as bellas, que les debería mostrar la vida en la plenitud de sus facultades, la música, el arte y tantas otras.
El valor más preciado en el mundo son ellos, sufren el maltrato de los adultos y el abandono de los padres. El Estado –conformado por el gobierno, las comunidades y la sociedad civil en general– es responsable, en el más alto porcentaje, de la formación de niños para la guerra, para el crimen y todas sus atrocidades.
No bastan decretos, leyes, ni reglamentaciones que permitan resolver las graves situaciones de la niñez colombiana, pero, lo peor es cuando el niño está enfermo, ligado a las situaciones mencionadas, y necesita del manejo de una enfermedad de alto costo, grave y muchas veces con inciertas probabilidades de curación. Se necesita de toda una cadena de solidaridad para vencer el infanticidio rampante en un país en donde los recursos no están bien asignados, y cuando se colocan son dilapidados por la corrupción, que no distingue edades, sexo, ni calendario. El dinero se va en mantener presos, políticos, insurgentes, jueces, investigadores, obras inconclusas, o mal acabadas.
¿Hasta cuándo seguirá la indolencia de las muertes de niños en las puertas de los hospitales, sin que tengan a veces una buena alimentación? ¿Qué oportunidad se les brinda a los niños con cáncer, cuando los padres no tienen a veces ni un sitio para esperarlos, ni un juguete para entretenerlos, ni un pan para alimentarlos, y poder tolerar los tratamientos? ¿Qué cubrimiento dan nuestros programas?, ¿cuál es la supervivencia?, ¿qué beneficios ofrecen?, ¿cuántos niños se han salvado?, ¿cuántos fallecidos?, o ¿cuáles son los recursos que se han perdido?
Finalmente, necesitamos volcar la solidaridad sobre nuestros niños, para ayudarlos. Marchar por los niños con cáncer, con calles repletas, se nos convirtió en una necesidad para despertar los mejores sentimientos guardados, lograr conseguir recursos al contar con una respuesta multitudinaria abrirá una nueva esperanza para estos.
alvillan@gmail.com
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