Una nueva historia
La tarea hay que hacerla y se deben exigir compromisos posibles. Pero no vale la pena llamarnos al engaño y suponer que esto se arregla con rabiosos reclamos. La ciencia también impone límites. Una erradicación acelerada del uso de los combustibles fósiles generaría una debacle económica y humanitaria a nivel global, una que quizá motive más destrucción y sufrimiento que los problemas ambientales que se vaticinan.
Es realmente escasa la importancia que se otorga a los apuntes sobre los sucesos de la actualidad y los recientes, mala cosa, porque con el tiempo terminan siendo historia. Por ello hay que ponerle mucha atención, por ejemplo, a lo que podría estar consignando el cura De Roux y su combo, y a su narrativa, porque podrían terminar en una sesgada distorsión de los acontecimientos, podrían volverse la historia de un país en irremediable decadencia que causó la reacción de los movimientos salvadores de la izquierda comunista. En nuestra Historia Patria existen, incluso, versiones acomodadas a las simpatías o a los intereses de quienes la escribieron, como en el caso de Henao y Arrubla, par cachacos ultra centralistas para quienes no existía territorio diferente al andino, así lo escribieron y divulgaron, y por ello en la creación de la Nueva Granada se impulsó que Bogotá fuera la capital, y que todo girara alrededor del altiplano.
Afortunadamente varios historiadores serios y no sesgados como el nunca bien ponderado barranquillero Rodolfo Segovia Salas, Alfonso Múnera, Eduardo Posada Carbó, Jorge Orlando Melo, y el ex vicepresidente Gustavo Bell han investigado a fondo y brindado sus luces aclarando sin lugar a dudas que el día de nuestra independencia no fue el siete de agosto de 1919, sino el diez de octubre de 1821 cuando las tropas al mando del coronel Mariano Montilla, venezolano él, expulsaron a las del comandante general español Gabriel Torres y sacaron de aquí hasta el último de los realistas que se encontraba por nuestras tierras. Pero los cachacos impusieron su versión, y hasta nosotros les comimos cuento y festejamos con ellos un onomástico relativamente falseado. Y les seguimos comiendo cuento, al punto que en Colombia sólo hemos tenido tres presidentes oriundos del Caribe, uno de ellos encargado, el otro ignorado hasta hace muy poco, y Rafael Núñez, hombre difícil de ignorar por su preponderancia en el acontecer nacional. Los paisas se colaron dentro del aplastante centralismo, y hasta alguna vez se montaron en el excluyente bus del “triángulo de oro”, una vaina que se inventó el centralismo para dejar por fuera de la jugada a los Santanderes, al siempre olvidado Chocó, a la región del Pacífico Colombiano, a todos los Llanos Orientales, y a la Región Caribe, lo que muy certeramente define el historiador Jorge Orlando Melo al sentenciar que con esa limitada y excluyente lente hemos creado un país, pero no hemos formado una nación. Porque unidos lo que se dice unidos, no hemos sido.
Toda esa carreta para destacar que en la baraja de precandidatos sobresalen Rodolfo Hernández de Bucaramanga, María Fernanda Cabal de Cali, y ahora David Barguil de Montería, lo que brinda a la provincia una oportunidad de manifestarse a través de una masiva votación desde las regiones y hacia los candidatos de las regiones, para hacernos sentir. Ya estuvo suficiente de cachacos, los mismos con las mismas, y para acá nada. Un presidente de provincia nos permitiría escribir una nueva historia nacional.
rzabarainm@hotmail.com
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