
¿Que no hay Navidad?
Nadie les quería abrir las puertas, igual que aún hoy muchos se niegan a abrírselas.
El emperador César Augusto se le adelantó a los estadísticos y al DANE, quería saber cuántos eran y ordenó un censo en todo el imperio. No quería que hubiera trashumancia, así que todos debían ser empadronados en la ciudad de sus ancestros, pues en la época era de capital importancia el árbol genealógico. José, residente de Nazaret en Galilea, provenía de la casa y la familia del Rey David en Belén de Judá era “puppy”, y entonces le tocó, con su esposa embarazada y a punto de dar a luz, trasladarse en burro hasta la lejana región de Judea.
Después de varias agotadoras jornadas de marcha, José encontró una Belén atiborrada de originarios, no había posadas libres, tanto que ni sus parientes tenían cupo, por lo que, angustiado él y cansada María, hoy hace dos mil veinte años, infructuosamente por todas partes recorrían buscando dónde alojarse.
Nadie les quería abrir las puertas, igual que aún hoy muchos se niegan a abrírselas.
¡Qué angustia la de José! Pero María fresca, porque el ángel de la anunciación le había dicho “no temas, alégrate, porque eres la llena de gracia”. No había, entonces, de qué preocuparse, aunque las cosas lucieran negras. Finalmente José decidió invadir una pequeña y humilde pesebrera, pues el nacimiento era inminente, y se requería techo y abrigo. Entonces, presumiblemente sólo acompañado por papá y mamá y, claro, los burros y vacas ocupantes del sitio invadido, nació El Divino Niño. Por allí cerca andaban unos pastorcitos, cuando los iluminó un brillante reflejo y una voz les anunció: “Vengo a comunicarles una noticia que será motivo de mucha alegría: Hoy ha nacido el Salvador” La cosa pudo haber sido en el más lujoso palacio, rodeado de toda una corte, pero el divino mensaje era de humildad: los papás y unos pastorcitos.
Resulta ahora que las angustias de un virus inclinan a algunos a sentir que no hay Navidad. ¿Que no hay Navidad? ¡Por supuesto que sí! ¿Angustia? Angustia sintió San José, la superó, el Divino Niño nació y ¡es Navidad! La celebraremos con el enfoque que siempre debió tener, y que andábamos ignorando. Es que habíamos venido distorsionando el sentido de la fiesta, que no es otra cosa que en familia, festejar un cumpleaños ¡Cumple Jesús! Lo veníamos convirtiendo en un desordenado jolgorio de luces, compras, alardes y exhibiciones, y en una época de aglomeraciones y desbocados festejos. El virus nos aterrizó. El sacerdote Javier Leoz, párroco de la Iglesia de San Lorenzo en Pamplona, Navarra, España, así lo consignó en un escrito que envió a sus feligreses, carta que, por su tino, mereció una llamada de elogio y apoyo del Papa Francisco: Una Navidad “más parecida a la primera en la que Jesús nació”; “sin grandes mesas y con amargas ausencias, pero con la presencia de un Dios que está de nuestro lado y que, como Jesús en el pesebre, comparte nuestra prueba, llanto, angustia y orfandad”
¿Que no hay Navidad? ¡Claro que sí! Hoy será la mejor, con el cumplimentado ahí entre nosotros, en familia, con devoción y con la alegría de reencontrarnos.
rzabarainm@hotmail.com
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