Nos hemos connaturalizado con los terribles episodios que los medios registran cada vez más frecuentemente. Femenicidios, infanticidios, sicariato, fatales atracos, violencia corrida que, claro, generan rechazo y repudio, pero hasta ahí. Se sabe de campañas y esfuerzos didácticos y de culturización, pero la cosa no se detiene y, por el contrario, pareciera aumentar. Se habla también de medidas coercitivas, aumentar las penas, cadena perpetua, la aplicación de toda clase de castigos disuasivos que ni a malandros ni a ciudadanos intolerantes disuade, ya que andan delinquiendo individuos con antecedentes de varias entradas, y hasta con casa por cárcel. La recurrente reincidencia induce a episodios de grupos intentando tomar justicia por mano propia. La percepción ciudadana es que los que fallan no son los jueces, sino la justicia. Los jueces solo aplican lo que la ley les ordena, que no es más que garantías para los malandros, que si la flagrancia, que si la contundencia de las pruebas, que los vencimientos de términos.
Porque la Policía hace la tarea. Ocurre el delito y salen prestos a poner en ejecución los planes de contingencia, que el cuadrante, que la operación candado, el caso es que la mayoría de las veces reacciona y captura, ya sea casi de inmediato, o al poco tiempo, pero la tarea la hace y los operativos funcionan. Que los hay que se pasan de piña, es cierto. Pero son más los casos de descarada agresión a los uniformados, que los de exceso de fuerza o abuso de estos. No se aplica o no existe, como en otros países, la norma que los envuelva en el respeto ciudadano. Son demasiadas las veces en que se ven agredidos por la gente, sin que se produzcan efectivas sanciones. Y sin que puedan reaccionar al tenor de la agresión, porque les da miedo, saben que después los clavados son ellos.
Ocurre en las ciudades y en el campo, tanto a Policía como al Ejército. No hace mucho indignaron las imágenes de unos supuestos indios amenazando y faltando el respeto a unos impotentes soldados. Así como indignan los supuestos estudiantes lanzando a la Policía botellas incendiarias. Hace poco, en Tibú y Argelia la gente, en defensa de unos delincuentes, agredió gravemente a los policías. Y, recientemente, en la vereda de Villanueva (Cauca) una comisión del Gaula se trasladó a capturar a un reconocido jefe guerrillero de la zona, y masivamente los habitantes salieron a atacar la caravana oficial con piedras y machetes, incendiaron los vehículos en que se desplazaban, intentaron incinerar también a los uniformados y rescataron al malandro. Es una insostenible situación que hay que corregir.
Las fuerzas del orden se instituyeron para eso: para salvaguardar el orden. Amén de la protección a la vida honra y bienes de los ciudadanos, también el orden. Y hay que respetarlos. Los agentes del orden se juegan la vida por nosotros, así que los congresistas deben legislar para que se imponga el respeto a su investidura, el Gobierno debe fortalecerlos y la gente de bien está en la obligación de apoyarlos.
rzabarainm@hotmail.com
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