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Cerrejón regresa a casa

Pero la ciudad sabe hacerse querer acogiendo a quienes aquí llegan. Años más tarde, muchos de esa oleada inicial comenzaron a despedirse para recorrer nuevos senderos y acuñaron una frase que resumía su vivencia: “Barranquilla,  una ciudad donde llegamos llorando y nos vamos llorando”.

En 1980 el gobierno nacional declaró la comercialidad del Complejo Carbonífero El Cerrejón Zona Norte, que incluye mina, ciudadela, puerto de aguas profundas, ferrocarril, dos aeropuertos y una carretera en la Guajira. Ese mismo año sus accionistas, Carbocol, del gobierno colombiano, e Intercor, filial de la Exxon, escogieron una sede administrativa entre 4 capitales de la región. Disponibilidad de vivienda, colegios, clínicas, clubes, aeropuerto, capital humano y, por añadidura, un edificio para estrenar de 20 pisos de oficinas, dieron a Barranquilla la oportunidad de recibir parte de los profesionales del contratista principal de la construcción, Morrison Knudsen, y de Intercor, el operador.

A pesar del reclutamiento prioritario de profesionales de la región y el país, fue inevitable que inicialmente llegarán varios cientos procedentes de diversas partes del mundo, incluyendo no pocos “cerebros repatriados”. Sin embargo, Barranquilla tenía en los servicios públicos, en especial el de agua potable, un lunar que tardaría años en resolverse; hecho conocido por las familias del interior que llegaban con muchas prevenciones. Pero la ciudad sabe hacerse querer acogiendo a quienes aquí llegan. Años más tarde, muchos de esa oleada inicial comenzaron a despedirse para recorrer nuevos senderos y acuñaron una frase que resumía su vivencia: “Barranquilla,  una ciudad donde llegamos llorando y nos vamos llorando”.

Menos uno. Un presidente bogotano que decidió regresarse a Bogotá con todo y la empresa, riéndose de la trastada que le hizo a la ciudad. Sí, sólo con algún “power point” contraevidente podría haberse justificado trasladar casi 150 profesionales y ejecutivos con prerrogativas de subsidios de reubicación, menajes, bonos de colegios, a unas oficinas el doble de costosas por metro cuadrado y haciendo que los aviones volaran el triple de la distancia hasta la mina. Un vicepresidente de asuntos públicos y tres o cuatro profesionales bien calificados eran suficientes para manejar las relaciones de la empresa con el agobiante gobierno central. Pero se decidió trasladar todos los cargos. Llovieron renuncias y dramas familiares. Un capricho de pocos satisfecho a costo de muchos.

El mayor perjuicio fue para la propia empresa: el distanciamiento físico, cultural y social del territorio y la región donde opera. Hay una nueva generación de líderes gremiales, políticos y comunicadores del Caribe que desconoce los extraordinarios logros de la empresa en todos los ámbitos, incluyendo en los temas ambientales y de relaciones con las comunidades en los que hoy prevalece la algarabía de los críticos de oficio. Barranquilla no es la Guajira, pero hay empatía y cercanía y sus medios son cajas de resonancia de éxitos y frustraciones regionales. Esta semana las directivas de la empresa anunciaron que alistan las maletas de regreso. Bienvenidos a una nueva Barranquilla, con agua, con parques, sin arroyos, a la cual ahora todos llegan sonriendo.

rsilver2@aol.com

 

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