Riesgos para el empleo
El punto, al final, no es solo macroeconómico, de datos fríos. Es el impacto sobre el empleo. Porque está visto que solo el empleo logra reducciones estructurales a la pobreza y la miseria. Los subsidios son solo paliativos que, en todo caso, hay que pagar, y que suponen costos de oportunidad y la redirección de recursos dentro del presupuesto y del sector privado al público vía impuestos.
Esta semana el DANE dio su informe sobre desempleo del año pasado. En comparación con el terrible 2020, cuando el PIB cayó un 6,8%, hay importantes mejoras. Son el resultado de 2021 un año excepcional para la economía. El crecimiento del producto interno bruto estuvo en un rango entre 9,5 y 10,2%.
En abril 2020, cuando se desató la pandemia, las personas ocupadas llegaron a ser solo 16,5 millones. Para diciembre del año pasado, había 21,6. Con todo, aún falta un trecho importante para llegar a los 22,3 millones ocupados en febrero del 2020, antes de que empezaran los confinamientos.
En materia de desempleo también hay mejoras. En diciembre fue del 11%, 2,4 puntos menos que los 13,4% de diciembre del 2020, pero 1,5% aún más que los 9,5% del 2019.
Los datos, aunque positivos, deben prender las alarmas. Muestran que, a pesar del muy vigoroso crecimiento, el empleo no se logra recuperar en igual medida. Es normal que haya un desfase entre el crecimiento y el empleo, que este vaya rezagado. Pero el problema parece ir más allá: pareciera que, en algunos sectores, durante los confinamientos los empresarios aprendieron a producir tanto o más que antes con menos mano de obra.
Y una cifra preocupante: la población inactiva entre 2020 a 2021 aumentó en 955.000 personas, individuos que por distintos motivos dejaron de buscar trabajo. Hoy los inactivos llegan a 16,3 millones.
Pues bien, este año el desafío será mayor. El crecimiento estimado será mejor que el estimado inicialmente, pero bastante menor que el del año que termina. Deberíamos estar alrededor del 5%, impulsados por los muy buenos precios del petróleo y el carbón y los ingresos de remesas que el año pasado llegaron a su máximo histórico, USD$8.597 millones, que tienen la virtud de que llegan a hogares en todo el territorio nacional.
Y ha sido precisamente el consumo de los hogares el gran motor de la economía. El año pasado llegó a 826 billones de pesos, un crecimiento del 9 %.
Por eso mismo, hay que tener mucho cuidado con la inflación y las tasas de interés. La primera, además de las causas externas ya conocidas (aumento generalizado de los precios de las materias primas y disparo de los costos logísticos), se ve reforzada por una mayor devaluación, que encarece las importaciones, y por el nuevo salario mínimo que tuvo un aumento real del 4,8%, el más alto en tres décadas.
Preocupado por el riesgo de una inflación desbordada, el BanRepública aumentó en 100 puntos básicos su tasa de interés. Seguirá aumentándola al menos hasta junio. Pues bien, la combinación de la subida de las tasas con mayor inflación previsiblemente frenaría el gasto de los hogares. Sin ese motor, habría que concentrarse en turbinas alternativas: la inversión privada y las exportaciones.
El punto, al final, no es solo macroeconómico, de datos fríos. Es el impacto sobre el empleo. Porque está visto que solo el empleo logra reducciones estructurales a la pobreza y la miseria. Los subsidios son solo paliativos que, en todo caso, hay que pagar, y que suponen costos de oportunidad y la redirección de recursos dentro del presupuesto y del sector privado al público vía impuestos.
Empleo, empleo, empleo, ese debería ser el mantra. Y el foco, hasta ahora ausente, de las propuestas de los candidatos.
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