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Opinión

¿Quién dijo?

Somos lo que hemos sido siempre. ¿Quién dijo que la firma de la paz con las Farc iba a cambiarnos? Las cosas del país que se manejan desde Bogotá siguen su curso, pasándose por alto las urgencias de la actual coyuntura, como cuando estábamos en guerra. 

Los tres meses que estaban destinados para que el Congreso, en sesiones extraordinarias, sacara adelante las cerca de treinta iniciativas fundamentales para comenzar en serio el posconflicto fueron desperdiciados por los políticos en discusiones estériles, aplazamientos calculados, intentos de desviar la atención hacia todos los temas posibles, planificaciones de estrategias electorales. El resultado: casi todas la leyes de paz que debían haberse aprobado por fast track pasarán a los lentos trámites ordinarios. 

Ese despropósito sucedió ante la triste mirada de quienes están esperando hace medio siglo que la paz deje de ser un botín de unos cuantos. Y esos cuantos, los que manejan desde Bogotá todas las cosas del país, hicieron muy poco en estos 90 días definitivos. Muy poco es igual a casi nada, pero a esos personajes que son como hemos sido todos les tienen sin cuidado los adverbios de cantidad, hicieron lo de siempre cuando estaban obligados a hacer lo que nunca hicieron: legislar, trabajar, estar a la altura. ¿Quién dijo que la firma de la paz iba cambiarlos?

Los tres meses de sesiones extraordinarias no eran para hablar de corrupción, ni de Santos, ni de Uribe, ni de Vargas; no eran para intercambiar acusaciones ni para ufanarse de pretendidas purezas del alma; el plan –el Congreso estuvo de acuerdo desde el comienzo– era avanzar rápidamente en la legislación sin la cual el fin del conflicto no sirve para nada más que para repasar los videos de las firmas mientras las víctimas, los que miran con tristeza la vocación de quietud de los obligados a velar por su futuro, aguardan como lo han hecho toda la vida. ¿Quién dijo que la firma de la paz iba a cambiar su espera?

Algunos congresistas se dedicaron a recoger firmas contra los corruptos, otros usaron su tiempo en lanzar dardos a sus enemigos, unos cuantos continuaron con sus plácidas siestas en sus curules. Y el gobierno, que estaba obligado a promover y exigir celeridad, permitió que la mayoría de lo que tenía que ser aprobado en tres meses de arduas sesiones extraordinarias, naufragara en medio de la kafkiana dinámica de nuestro Parlamento. Ahora nos queda esperar que algún día, cuando quieran los senadores y representantes, le hagan la caridad al país de hacer un espacio en sus agendas para encargarse del tema de la paz, que para ellos tampoco importa mucho.

Desde Bogotá se maneja –mal manejada– esperanza de los que han sido víctimas del conflicto que parece haber acabado, pero que no se acabará de verdad sin la voluntad de esos titiriteros de destinos que seguimos eligiendo cada cuatro años. ¿Quién dijo que la firma de la paz podría darnos el derecho de soñar con una buena voluntad que no tiene de dónde brotar?

Jorgei13@hotmail.com

@desdeelfrio

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