Quiero, en primer lugar, que me disculpes si te ofende que te diga cachaco. Lo que dice la literatura es que así se le llamó a la generación de bogotanos de la primera mitad del siglo XX, que vestía de elegante paño negro y usaba un dialecto muy ‘chirriado’.
Entiendo que todo proviene de las voces inglesas “cachet”, que significa estilo propio, y “coat” (abrigo). Eres, si me permites la expresión, un abrigo de marca.
En medio de gente tan refinada, es obvio que los costeños, que asociamos la elegancia con una guayabera de lino blanco, nos sintamos extraviados. Peor, si te burlas.
Lo mismo pasa cuando llegas a nuestra región en procura del mar.
También pelas el cobre cuando paseas tus nalgas ‘escurrías’ por la playa, mientras buscas el fresco con un abanico de mano y proteges con tu vida ese tesoro que es el monedero de colores que compraste en Sanandresito. (Me estoy mofando).
De ahí el dicho: “más ‘perdío’ que cachaco bailando mapalé”. También aplica: “más ‘perdío’ que costeño bailando guabina”.
Somos dos culturas distintas. Ninguna mejor que otra. De hecho Franz Boas, el antropólogo norteamericano, hablaba de “culturas”.
Los costeños, como nos llamas con decimonónica actitud despreciativa, las conocemos. ¿Sabes por qué Tower Records tuvo dos sedes en Colombia, una en la capital del país y otra en la capital del Atlántico?
Porque sus investigaciones de mercado descubrieron que Barranquilla es la ciudad de Colombia que más escucha música clásica.
Es verdad que nos desmadramos en un festejo universal de cuatro días, pero también nos congregamos con vigor en el Festival Internacional del Artes, Barranquillaz, Peomarío o el Caribe Cuenta.
En ese contexto unas 8.000 personas hacen filas todos los días para ingresar a la biblioteca flotante más grande del mundo, y las escuelas distritales forman hoy más de 20 mil niños y jóvenes en todas las artes.
El mismo carnaval es la prolongación de un estado del alma ciudadana, que en ese trance reivindica su historia variopinto, desfoga el buen humor de siempre y declara la vida como una fiesta.
Podría pedirte que te fijaras en las travesías de las danzas de tradición, el homenaje al tambor, el ritual de la fabricación de los atuendos o la creatividad de la Carnavalada. Pero es más que eso, querido cachaco: tienes que estar aquí para que escuches al espíritu.
No. No te equivoques. Nosotros podemos distinguir perfectamente entre el Concierto para violín de Sibelius y La vaca vieja de Rufo Garrido. Entre nosotros la cultura se aviva en el Amira de la Rosa y La Troja al mismo tiempo.
Como lo sentenció la folclorista neoyorquina Ruth Benedict, “cada cultura es un todo comprensible en sus propios términos”.
Por eso no es posible que las regulaciones culturales tengan el mismo acento para todos. Para que la ley sea en verdad una sola, debe consensuar las lógicas regionales. Y eso, sencillamente, no lo hizo el Código de Policía.
albertomartinezmonterrosa@gmail.com
@AlbertoMtinezM
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