Como “aterradora” calificó el ex ministro de Hacienda Alberto Carrasquilla la cifra del Dane sobre el comercio en febrero. Las ventas bajaron 7,2% en relación al mismo mes del año anterior: el peor descenso en la historia del indicador. Otros datos completan un cuadro negativo: la producción industrial bajó 3,2%, la inversión extranjera directa bajó 20% y las deudas vencidas del sector bancario se dispararon un 23%. Más de un analista pone en duda que Colombia alcance un crecimiento del 2% este año.
Nada de eso sorprende. Desde hace meses, los empresarios vienen sintiendo, y advirtiendo, que la economía se estancó. Lo que sí es llamativo es que, ante cifras tan expresivas, el presidente responsabilice del mal momento al “pesimismo” de los medios —como si el termómetro tuviera la culpa de la fiebre— y le pida a los empresarios que los amonesten por ello. ¿Así de gruesa es la burbuja que separa al Palacio de Nariño de la realidad? Los medios no han sido sino dóciles con el gobierno para no complicar con críticas el proceso de paz. La verdad escueta, que los medios no han reflejado en toda su gravedad, es que la gente está dejando de gastar.
De nuevo, era de esperarse. Era obvio que un aumento del IVA, a casi el 20%, haría que los hogares consumieran menos; no es física nuclear. Para empeorar las cosas, la inversión productiva se ha visto afectada por las elevadas tasas de interés y las gravosas cargas que pagan las empresas. Con su gestión fiscal, el gobierno Santos ha levantado un muro tan alto e infranqueable como el que quiere construir Trump en la frontera mexicana, solo que este no trae por consecuencia controlar la inmigración, sino impedir que los colombianos alcancen sus sueños. El muro será más prominente para los jóvenes que hoy comienzan la universidad y los que vengan después, quienes tendrán que asumir el pago de la abultada deuda pública, también en niveles históricos. Y alcanzará elevaciones atmosféricas cuando se incluya la financiación del posconflicto, cuya burocracia inescrutable nadie sabe cuánto va a costar.
Se nos ha explicado que era necesaria una reforma tributaria y el aumento del IVA para tapar el hueco creado por el fin de la bonanza mineroenergética de los años anteriores. Es un argumento curioso. Si “gracias” a la bonanza hoy pagamos más impuestos que antes de ella, ¿no habría sido mejor no tener bonanza alguna? ¿Se invirtió acaso ese dinero en la competitividad del país? Nos fue como al señor que se ganó la lotería y, habiéndose gastado la plata del premio, acaba endeudado, deprimido y más pobre que antes... mientras su señora maldice el día en que su marido compró el billete.
Pero escuchemos al presidente: seamos positivos. Propongamos ideas que nos ayuden a surgir de esta ciénaga. Un recorte urgente y permanente al despilfarro estatal, por ejemplo. O que proyectos como el Túnel de La Línea y la navegabilidad del río Magdalena se completen, no “caduquen” y no cuesten equis veces lo presupuestado. O una reducción y simplificación de las cargas fiscales y laborales de las empresas, para que retorne a estas praderas la golondrina huidiza de la inversión. Claro que podemos ser propositivos. ¿Pero de qué sirve si no nos paran bolas?
@tways / ca@thierryw.net
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