Barranquilla, ciudad pujante, ha vuelto a ser con orgullo la Puerta de Oro de Colombia. La progresista por excelencia, la acogedora, donde todos quieren vivir. Ejemplo para todo el país. Todos estos títulos son merecidos, y aunque soy barranquillero de alma, vida, corazón y sombrero, debo reconocer –y me duele hacerlo– que aún nos falta algo tan importante o más importante que el progreso, y es educación. Sí, educación, para saber respetar los derechos de los demás. Educación para vivir en comunidad sin ofender ni perturbar a nadie. Educación para respetar las normas de sana convivencia. No es posible que en el Transmetro se formen verdaderas ‘batallas campales’ para abordar, sin respetar la fila cuando no hay un policía. Y hasta cuando hay policías. No es posible que alguien pase un semáforo en rojo cuando cree que nadie lo está viendo. O que le atraviese el carro en la esquina, pudiendo causar un accidente. No es posible que se irrespeten los límites de sonido permitidos que perturban a un vecindario. Y no acatan las órdenes de la autoridad. No es posible llegar en silla de ruedas a un sitio público y encontrar todos los parqueos ocupados, en su mayoría por quienes no deben ocuparlos, y si un guarda les pide que no lo hagan, lo insultan. No es posible que una dependiente de almacén lo haga esperar y no lo atienda hasta que no termine de hablar por celular sobre asuntos personales. No es posible que unos vándalos hayan destruido las bancas del malecón de Puerto Colombia y tantas otras obras que adornan el entorno. Es educación lo que nos hace falta, y es algo que debe empezarse a dar en el hogar y con el buen ejemplo de los padres. ¿Qué nos está pasando? Nosotros no éramos así.
Antonioacelia32@hotmail.com
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