Recuerdo que mi bisabuela guardaba, como uno de sus objetos más preciados, un cartelito memorabilia de la última venida del Papa a Colombia (en ese entonces Juan Pablo II) y hasta tenía una botellita de agua bendecida por él mismísimo que la libraría de todo mal. Mi abuela, como casi todas las abuelas en este país, era creyente, y eso además era una liberal declarada, de pura cepa, hasta que le tocaban su religión.
Yo no seguí su ejemplo. La única razón por la que no soy atea es porque me parece lógicamente problemático afirmar la no existencia de algo, un enunciado así no tiene posibilidades de prueba empírica así y por eso, desde el punto de vista de la lógica formal, da lo mismo afirmar que Dios existe que afirmar que no. Por eso me declaro agnóstica, aunque me parezca poco probable que una entidad metafísica y antropomorfizada nos vigile desde el cielo.
Pero ese no es el punto. Las religiones poco tienen que ver con “la verdad”, o al menos en el sentido positivista científico en que más se usa el término. Las religiones se tratan de construcción de comunidad, y esa comunidad termina dando esperanza, sosiego, oportunidades económicas, de todo. Los grupos religiosos son en realidad organizaciones sociales y políticas, y son mucho más mundanos de lo que parezcan.
Entender que la religión es política es clave, porque las iglesias son fuentes de votos y hasta medios de comunicación. Esta es una de las enseñanzas más duras que nos dejó el Referendo por la paz el año pasado. Y por eso, en tanto político, estadista, influenciador, y líder de opinión, el papa Francisco es un tipo importantísimo, especialmente en un país con mayoría católica como este.
Claro, que si esa mayoría fuera católica de verdad, es decir, de los que profesan fe, esperanza, y caridad, la cosa sería muy diferente. Pero somos un país creyente y a la vez resentido, dividido, y estamos llenos de odio para lo que sea que denominemos “el otro”.
Francisco, el estadista, visita este país para recordarnos que hay una dimensión moral –que no religiosa– en una democracia.
Aunque Francisco tiene fama de ser un papa muy progresista –gracias a sus declaraciones– pero a la hora de la verdad ha hecho pocos cambios al interior de la Iglesia. Pero eso ahora no es lo importante, lo que vale es que el mensaje con el que llega a Colombia coincide con nuestra necesidad de reconciliación. Y no hace falta ser católico para entender la urgencia de este mensaje.
@Catalinapordios
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