El Heraldo
Opinión

Otras vez ustedes, señores ladrones

Bien, señores ladrones. Mataron a Angello Alzamora por no entregarles el celular, y a Alejandro Taborda por no pagarles otra cerveza.

Angello era productor audiovisual, y se ganaba la vida captando en imágenes la savia de la ciudad. ¿Lo sabían? Alejandro, un vendedor de tintos que cambiaba los aromas por unos cuantos pesos que servían para mantener a sus sietes hijos. ¿Lo tuvieron en cuenta?

A Angello lo abordaron en el barrio Paraíso, cuando iba para su casa en compañía de su novia. A Alejandro, en Carrizal, cuando hacía el oficio que le gustaba.

Angello tenía 24 años, y Alejandro, 63.

El muchacho hizo un movimiento extraño por el puro susto. No era que no iba a entregar el teléfono, pero ustedes se pusieron nerviosos.

Al vendedor de tintos ya le habían quitado una cerveza, pero, claro, ustedes querían más, y el pobre hombre no podía entregar todas sus ganancias.

Y vino el disparo en el pecho que poco a poco apagó la luz. Y a varios kilómetros, la seguidilla de puñaladas en la espalda que causaría el desangre.

¿Saben que a Angello lo auxiliaron unos jóvenes que estaban en un local de comidas rápidas y lo llevaron al hospital? Uno de ellos le pedía que no se durmiera, que resistiera, pero los ojos se cerraron a los 20 minutos.

A Alejandro lo asesinó una cuchillada en la arteria femoral. También fue inútil el esfuerzo de los paramédicos que llegaron a la calle donde ustedes lo dejaron.

Angello era el mejor de los hijos, según cuentan sus padres. Uno de sus tíos lo definió como: un bacán, serio, trabajador, buen hermano, buen hijo, buen nieto, buen primo y buen amigo.

Alejandro trabajaba para mantener a su familia. No era un tipo de problemas. De hecho, cuando ustedes le pidieron que les pagara las primeras cervezas, lo hizo para evitar líos.

A Angello le gustaban las motos. Había comprado una Paggio Vespa, modelo 1982, que había reconstruido con sus propias manos. Ayer le entregaban un nuevo motor. ¿Saben que era la adoración de sus papás? 

Alejandro tal vez estaría pensando en la Navidad. En los regalos de sus nietos. O en cómo ayudar a sus hijos. ¿Se preguntaron, por un instante, quién lo lloraría?

Sé que, en sus fechorías, ustedes no indagan por las historias de vida. Eso no hace parte de los códigos del negocio.

Me parece escucharlos en sus cuevas malechoras: “A esto no hay que ponerle corazón, maestro”. Por eso andan con el dedo en el gatillo loco y la mano empuñando la cacha del puñal.

Si el cliente se resiste, pues nada, hay que accionar: más vale llevarse su grito de angustia que irse con las manos vacías. No importa si eso transforma su esencia original.

Pero es bueno que de vez en cuando conozcan las historias que segaron y las ilusiones que arrancaron, asesinos. 

Hoy se creen dioses y andan por ahí quitando vidas que no les pertenecen, pero un día aparecerá un policía más habilidoso que ustedes, o un Dios, el verdadero, que los llame a rendir cuentas. Eso se los prometo.

@AlbertoMtinezM

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