Cuarenta años de El entenado
Más que en cualquier otro aspecto, el mérito mayor de esta novela que cumple cuarenta años reside en su forma, en el depurado manejo y la disposición del material verbal, en la composición estética y estratégica de la perspectiva narrativa.
De El entenado (1983) resulta incuestionable su naturaleza histórica, pues su peripecia principal está basada en un hecho fidedigno, histórico, verificable: la expedición del navegante español Juan Díaz de Solís en el siglo XVI que, partiendo del puerto de Sanlúcar de Barrameda, supuso el descubrimiento del Río de la Plata. Sin embargo, es necesario aclarar en este punto que Juan José Saer descree de eso que la crítica ha dado en llamar la novela histórica. Para el autor argentino, ese tipo de novelas no puede reconstruir ningún pasado, a lo sumo alcanza apenas a construir una visión sesgada y muy particular del pasado, “cierta imagen o idea del pasado que es propia del observador y que no corresponde a ningún hecho histórico preciso”. Por ello, las pocas líneas que leyó Saer sobre la historia del grumete Francisco del Puerto, a quien los indígenas retuvieron por una década, constituyen apenas el germen de la novela, una suerte de pretexto para soltar las amarras de la ficción.
Lo que me incitó a escribir El entenado –confiesa Saer– fue el deseo de construir un relato cuyo protagonista fuese no un individuo, sino un personaje colectivo. En la intención original ni siquiera había narrador: se trataba de varias conferencias de un etnólogo sobre una tribu imaginaria. Pero un día, leyendo la Historia argentina de Busaniche, me topé con las catorce líneas que le dedicaba a Francisco del Puerto, el grumete de la expedición de Solís que los indios retuvieron durante diez años y liberaron cuando una nueva expedición llegó a la región. La historia me sedujo de inmediato y decidí no leer nada más sobre el caso, para poder imaginar más libremente el relato. Lo único que conservé fue el diseño que dejaban entrever las catorce líneas de Busaniche. El resto es invención pura.
La trama de El entenado, que entre otras cosas significa “hijastro”, se construye a partir de la figura anónima de un grumete, cuyo desamparo y orfandad lo mueven al vaivén de las circunstancias y el azar. La novela es una auténtica Bildungsroman, en tanto recrea el aprendizaje y la formación axiológica del octogenario cronista, desde su precaria infancia hasta su vejez lúcida y memoriosa. Es en esa incesante búsqueda de resguardo cuando el grumete se conecta con toda una fecunda tradición renacentista que, a todas luces, lo emparienta con pícaros celebérrimos de la calaña del Lazarillo o del Buscón, de Quevedo. Fiel a sus antecesores, este nuevo pícaro saeriano también les hace el quite a las adversidades bajo la égida de diferentes “amos”, llámense para el caso marineros, descubridores, prostitutas de acoplamientos gratuitos, caníbales, curas o teatreros oportunistas.
Más que en cualquier otro aspecto, el mérito mayor de esta novela que cumple cuarenta años reside en su forma, en el depurado manejo y la disposición del material verbal, en la composición estética y estratégica de la perspectiva narrativa.
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