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Opinión

Borges y Cervantes

En suma, es posible afirmar que el sostenido interés de Borges hacia Cervantes  tiene que ver con aspectos tan disímiles como el papel de los sueños en la creación literaria, la capacidad de una obra de reflexionar sobre sí misma, el desvanecimiento de los límites entre la ficción y la realidad. Lo seduce, en verdad, la posibilidad de que lectores y personajes se confundan en un plano continuo de irrealidad, que las criaturas de un libro sean, asimismo, lectores del libro.

Para aproximarse a la relación de Borges y Cervantes, tal vez convenga recordar la muy curiosa confesión de Borges en su autobiografía. Al parecer, el fabulista argentino leyó tempranamente en la biblioteca del padre, la misma de la que nunca creyó haber salido, una versión inglesa del Caballero de la Triste Figura, cosa que no debe extrañar a nadie, pues en casa de los Borges se hablaba indistintamente en español o en inglés. Es bien sabido, asimismo, que cuando Borges leyó años después Don Quijote en español le pareció una mala traducción. 

Aunque para Estela Canto, una de las mujeres que mejor lo conoció, la idea del niño Borges leyendo el Quijote en inglés se le antoja solo una perla más de su vasta mitología personal, lo cierto es que son en verdad muchas, y no menos interesantes, las páginas que Borges le dedicó a Cervantes. Ensayos, poemas, cuentos, parábolas, prólogos, discursos, revelan la tremenda fascinación del argentino por El manco de Lepanto. Desde su inaugural ensayo «La conducta novelística de Cervantes», Borges se propuso desentrañar el enigma de un autor, a quien sin embargo consideraba un estilista de tercera. 

Pese a esta opinión desfavorable respecto de la eficacia estilística de Cervantes, casi diez años después, luego del terrible accidente que hizo virar su obra de la poesía y el ensayo a la narrativa, Borges escribe el que considera el punto de partida de sus ficciones memorables: «Pierre Menard, autor del Quijote», uno de sus cuentos más estudiados, un complejo texto que es una enorme parábola de la traducción, la lectura y la intertextualidad. Una ficción política escrita contra el fascismo reinante en Europa y América Latina, que anticipa, así mismo, cuestiones centrales de la hermenéutica y la estética de la recepción. A este cuento sigue el célebre ensayo «Magias parciales del Quijote», en donde Borges, además de emparejar a Cervantes con Shakespeare y sostener que El Quijote es menos un antídoto de las novelas de caballería que una secreta y nostálgica despedida, parece, por fin, hallar una respuesta satisfactoria a su contradictoria fascinación. 

En suma, es posible afirmar que el sostenido interés de Borges hacia Cervantes  tiene que ver con aspectos tan disímiles como el papel de los sueños en la creación literaria, la capacidad de una obra de reflexionar sobre sí misma, el desvanecimiento de los límites entre la ficción y la realidad. Lo seduce, en verdad, la posibilidad de que lectores y personajes se confundan en un plano continuo de irrealidad, que las criaturas de un libro sean, asimismo, lectores del libro. Ecos inconfundibles del Quijote se perciben, por ejemplo, en su cuento de madurez «Historia de Rosendo Juárez», donde los personajes del cuento conocen y han leído la primera parte titulada «Hombre de la esquina Rosada». En este sentido, no son menos abundantes que asombrosos los poemas en los que Borges reflexiona sobre Cervantes. 

Son muchos los textos de Borges sobre el Quijote. Una obra que, según nos dice el narrador de Pierre Menard, “fue ante todo un libro agradable; ahora es una ocasión de brindis patrióticos, de soberbia gramatical, de obscenas ediciones de lujo”. Tal vez por ello Borges se lamentó siempre de haber sido una suerte de Alonso Quijana y nunca haberse atrevido a ser don Quijote…  

 

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