El Heraldo
Opinión

#Nosotrastambién: ¡no lo duden!

Pienso sin temor a equivocarme que si acaso hay una mujer que no haya sufrido abuso sexual en su vida, debe ser la excepción necesaria para generalizar la regla: #nosotrastambién. Comencemos por aclarar que abuso sexual, según la Real Academia de la Lengua, es “1. m. Der. Delito consistente en la realización de actos atentatorios contra la libertad sexual de una persona sin violencia o intimidación”. Y bajo esta definición caben todos los roces, apretujones, sobos, besos robados, cosquilleos, rescostadas del abultamiento manifiesto, chupones en la palma de la mano, obstaculización de una salida para obligarnos al cruce cuerpo a cuerpo, la mano sobre la nalga al enlazar para el baile, la mano sobre la rodilla descubierta, como al descuido, la punta del pie entre las rodillas debajo de una mesa, el abrazo que termina en repaso de espalda y nalgas, el señalamiento de la portañuela hinchada y la exhibición plena del pene erecto. Y añado también el permanente y reiterativo toqueteo con que los hombres se distraen o se dan seguridad o se autocomplacen en cualquier momento y lugar sin importarles si hay público y si entre ellos hay mujeres y menores. ¡Qué desagradable es!

Ese tipo de actos sin violencia o intimidación los vivimos a diario desde que somos púberes y provienen de vecinos, amigos y conocidos de la familia, cuando no de ella misma: no falta el primo, el cuñado, el tío, que haciéndose el tonto toquetea a la chiquilla que ya muestra señas en su cuerpo de comenzar a convertirse en mujer y estos abusos continúan por el resto de nuestra existencia en la oficina, en el transporte público, en las aglomeraciones, en los bailes de club o en las casetas, porque los hombres tienen la idea de que nos halagan y que nos encanta el “homenaje” que nos regalan al sobarnos libidinosamente sin autorización o cuando nos sueltan un piropo descriptivo de nuestra humanidad o “buenura” con una oferta disimulada de complacernos, generalmente con un “si quisieras o si pudiera” y un instantáneo acto reflejo: se tocan la pretina del pantalón. Y a eso lo llaman cortesía, halago, y si respondemos exigiendo respeto o somos agresivas, entonces pasamos a ser melindrosas o machorras, según la incomodidad que produzca nuestra reacción.

Más allá de esta clase de abusos sexuales cotidianos sigue una larga lista de acciones más audaces y brutales que pueden terminar en la violación a manos de un jefe, un amigo, un pariente, un marido o compañero sentimental que, haciendo uso del poder que ostenta, somete a la mujer a su rijosidad desbocada. Por eso he titulado esta columna #nosotrastambién, porque todas nosotras en nuestra vida hemos tenido y tendremos que lidiar con el aprovechamiento lascivo del género masculino que nos rodea, porque es un comportamiento aprendido por imitación y, también, es genético, porque proviene del cerebro límbico, el que lidia con la reproducción de la especie y los comportamientos bestiales del mamífero que somos. 

losalcas@hotmail.com

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