Desde aquel comercial noventero de Ariel con blanqueador en el que la niña animaba a la mamá con un “tú siempre puedes” para que le quitara una mancha en su ropa, todo quedó oficialmente declarado. La maternidad dejaba de ser aquella obligación de la mujer sumisa y abnegada, para convertirse en la máxima expresión de la mujer súper poderosa. Una suerte de súper heroína ondeaba su capa en las altas cornisas de los edificios y el mundo se empezó a llenar de una legión impetuosa y hermosa de mujeres que corren magistralmente en tacones con la lonchera de un niño en la mano y un trabajo manual en la otra. Mujeres dinámicas, capaces de resolver con maestría cualquier ecuación de la vida, amorosas y firmes, creativas, con el mágico don de encontrar todas las cosas perdidas de una casa.
La maternidad, así, dejó de tener la cara de una mujer sufrida, opacada, con el patético rostro de una mártir de telenovela, para tener la cara de la protagonista de una mini serie divertida y emocionante. Las madres dejaron de ser simples amas de casa para convertirse en mujeres empoderadas, resueltas, que se toman una copa de vino mientras preparan la cena, juegan fútbol con sus hijos y hacen postres geniales en pocos minutos. Sacan de paseo al perro con una sonrisa, salen a trotar mientras empujan un coche de bebé y se ejercitan levantando las bolsas del mercado.
Esta nueva generación se cree mejor que sus esclavizadas abuelas, a las que ven con cierta pena por las vidas difíciles que tuvieron. Mientras tanto madrugan a hacer yoga, a preparar leche de almendras y desayunos orgánicos, trabajar y llevar a los hijos a cuanta actividad programada. Salen con sus amigas una vez al mes y mientras se ríen a carcajadas en un café, creen que son las hijas naturales de una revolución femenina. En su tiempo libre –dos minutos antes de quedar dormidas– se leen Cincuenta sombras de Grey y se sienten intrépidas y transgresoras.
Así que no se quejan mucho porque son libres, no se quejan mucho porque quejarse es sinónimo de fracaso, no se quejan mucho porque las que se quejaban eran sus madres y abuelas sufridas, no se quejan mucho porque son súper poderosas, súper heroínas, las madres que siempre pueden. Se asumen liberadas mientras pasan la vida respondiendo a una larga lista de demandas, sin derecho a fracasar y a rendirse.
La noticia es que no son súper poderosas. La noticia es que atribuirse dones especiales, suprahumanos, es otra manera de meterse en la trampa. La noticia es que no siempre pueden y no siempre queremos poder. La noticia es que mientras no cuestionemos esto, la maternidad seguirá siendo una cárcel y un castigo. Sublimado, si se quiere, pero no por eso menos lacerante. Este papel de madre heroína, sin cuestionar la estructura, solo hace que todo cambie para que no cambie nada. Se conservan los roles del heteropatriarcado con precisión quirúrgica, mientras las mujeres colapsamos con una sonrisa en el rostro.
@ayolaclaudia - ayolaclaudia1@gmail.com
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