No hace mucho tiempo en la calle, un día cualquiera se nos acercó un ciudadano y después de saludarnos nos preguntó si éramos quien escribía una columna en EL HERALDO. Le contestamos que sí y se identificó como contador público. A continuación más o menos nos expresó lo siguiente: Vea, doctor, ¿por qué Ud. no escribe que cuál es la bulla y el ruido sobre la forma como matan a las mujeres?, ¿no cree Ud. que ellas tienen la culpa porque hoy día hacen lo que les da la gana, no obedecen, se visten mostrando todo, beben, parrandean lo mismo que los hombres y se han vuelto unas cachonas que con cualquiera se van a la cama? El imprevisto interlocutor siguió su perorata, y cuando terminó comprendí que debía, en plena calle, retrasar unos minutos la diligencia que me urgía en el momento para clarificar el tema con el desconocido.
Fue en vano. El ciudadano se cerró en su argumento que hemos tratado de reproducir lo más fielmente posible y terminó cordial con esta celebridad: en mi barrio tal... casi todos los hombres opinamos así como yo. ¿Qué hicimos? Comprendimos que cualquier razonamiento iba a ser perdido. Que lo que estaba presenciando era una muralla de incomprensión atávica, un criterio incrustado desde la infancia por costumbres y educación, y una terquedad a prueba de todo análisis.
Cuando vemos a diario, porque ya es a diario, que en el país, en nuestra Costa Caribe y en Barranquilla se asesinan mujeres de todas las clases sociales y edades y razas, lo que uno interpreta inmediatamente es que no solamente hay un machismo depredador y cobarde sino una ausencia absoluta de valores, educación, principios. Se entiende de entrada que estamos ante un fenómeno suficientemente estudiado por la psicología, la medicina y la sociología, pero nunca resuelto en un proceso terapéutico social que haya podido encontrar un detente y un castigo.
Es preocupante porque se afirma desde hace mucho que todo es falta de educación, y no creemos que todo se derive en este aspecto. Ciertamente la culturalización lleva a la ecuanimidad, al respeto, al equilibrio mental. Algo está fallando porque las políticas sociales, gubernamentales, las prédicas de las religiones, la educación cada día llegando más y más a todos los estratos, todo ello no está conteniendo esa ola de violencia que arremete cobardemente contra el sexo femenino. Entonces, ¿qué podemos hacer?, ¿cuál es el camino?, ¿cómo es la mejor forma de controlar el fenómeno que se nos salió de las manos y que indica cada día más desarrollo?
Hemos escuchado a muchos intelectuales sobre el tema decir que falta autoridad. Que la violencia contra la mujer se detiene cuando se imponga la Ley, cuando se haga cumplir, cuando al detenido no se le deje libre a los diez días o se le decida la casa por cárcel, que ya se convirtió en la gran burla a la justicia en el país. ¿Tendrán razón estos estudiosos? ¿Será que la mano dura, que se olvidó para todo en Colombia, podría ser el principio de un control sobre el tema? Porque la verdadera verdad, como dicen hoy día los jóvenes, es que hasta el momento todas las direcciones, decisiones, orientaciones que se han tomado al respecto están fracasando, a pesar de que se trabaja con profundidad sobre el asunto.
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