Nuestra raza caribe
En el Atlántico no contamos con pueblos indígenas como los de la Sierra Nevada y la Guajira, pero sí con descendientes de las tribus Mokaná, sobre todo en la zona de Tubará, y muchos de ellos mantienen labores similares a las que desarrollaban sus ancestros en el campo, como también actividades artesanales. Los afro-descendientes provenientes de Palenque, son el otro grupo que enriquece nuestra pluralidad racial.
Manifiesto que siento gran respeto por los indígenas que pueblan la Sierra Nevada de Santa Marta, Arhuacos, Koguis, Kankuamos y Wiwas. De ellos admiro su raza que se aprecia muy pura, su sentido de pertenencia por ese macizo montañoso, por sus ríos y sus playas, por la filosofía de vida que profesan, y hasta por su muy característica indumentaria de un blanco crudo, incluyendo mochila y gorro. Cuando los he visto, caminando por las calles de Minca, Santa Marta o Valledupar, su presencia me transporta a la Sierra, pero también al pasado. Recientemente un grupo de mamos pertenecientes a estos grupos, ante amenazas que ellos consideran se ciernen sobre su pueblo, viajaron a Bogotá a pedir respeto por sus tierras y sus costumbres, pero con un comportamiento diametralmente opuesto al de la “minga” de los indígenas del sur del país. Podríamos decir que los problemas de cultivos ilícitos, coca y marihuana para las grandes mafias, no se presentan en esas tierras ocupadas por estos indígenas de nuestra cercana Sierra Nevada. Ellos están en otra nota. La nota ecológica.
Igualmente, de los Wayúu de nuestra extensa y desértica Guajira ya no se escucha acerca de aquellas guerras entre familias, y siguiendo con su condición de aguerridos, no se presentan como una amenaza sino como un pueblo que ha sido tradicionalmente olvidado del gobierno nacional no obstante la enorme riqueza minera sobre la cual sobreviven. Ellos también han mantenido la pureza de su raza, así como sus costumbres y vestimenta. Su guayuco, su típico sombrero y su manta guajira, así como sus vistosas mochilas, se han mantenido en el tiempo, y estas últimas, así como las de los arhuacos, son apetecidas en los mercados nacionales e internacionales. Por todo lo anterior, y mucho más, es que estoy orgulloso de los pueblos indígenas de nuestro Caribe, agradeciendo que sean como son, y aunque las comparaciones sean odiosas, hay que resaltar la tremenda diferencia de estos con los incendiarios del Cauca y del sur del país, más favorecidos por el gobierno con inmensos predios respetados como resguardos indígenas, pero propiciadores de extensos cultivos de coca. Obviamente que ese comportamiento no incluye a la totalidad de sus miembros porque los hay honestos y laboriosos, así como valientes que se han atrevido a denunciar estos comportamientos criminales.
En el Atlántico no contamos con pueblos indígenas como los de la Sierra Nevada y la Guajira, pero sí con descendientes de las tribus Mokaná, sobre todo en la zona de Tubará, y muchos de ellos mantienen labores similares a las que desarrollaban sus ancestros en el campo, como también actividades artesanales. Los afro-descendientes provenientes de Palenque, son el otro grupo que enriquece nuestra pluralidad racial. Resulta fascinante apreciar cómo esas razas mantienen sus costumbres, preservando sus raíces ancestrales. Así, nuestra ciudad, que nació como una aldea cosmopolita con inmigrantes europeos, asiáticos y americanos, se enriqueció aún más con los nativos y con los afro descendientes. Una mezcla cultural a la que solo le faltaba crecer al pie del Magdalena y del mar Caribe para que diera por resultado lo que hoy somos los barranquilleros, atlanticenses y costeños en general: Extrovertidos, francos, optimistas, laboriosos, y con la alegría a flor de piel. ¡Y eso no tiene precio!
nicoreno@ambbio.com.co
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