Los informales
Pero sería deseable que desde el Estado se apoyara más a los informales de todas las actividades para dignificar aún más su trabajo y su condición, y además, como una manera de incorporarlos a la formalidad sin que estos pierdan la independencia que les brinda su forma de trabajo.
Ante todo, quiero manifestar mi tremendo respeto y admiración por la mayoría de los llamados, a veces con cierto desprecio, trabajadores informales, porque representan una inmensa proporción de esos colombianos y también inmigrantes, que no se han dejado amilanar por la falta de oportunidades laborales formales y se han inventado todo tipo de actividades con las que puedan lograr los ingresos necesarios para su subsistencia y las de sus familias. Lo anterior quiere decir que no se quedaron con los brazos cruzados ante la falta de un empleo. Estos últimos sí, junto con los que andan buscando trabajo y no lo han logrado, componen el grupo llamado según el DANE, “desempleados”, y así aparecen periódicamente en sus estadísticas. Pero para el DANE, y también para mi forma de pensar, los informales no hacen parte del grupo de desempleados. Es más, muchísimos de estos no cambiarían jamás su condición de informales por la de empleados, así como también, un importante porcentaje de estos logran ingresos muy superiores a los de una gran cantidad de empleados formales.
Hace unos días se volvió viral la noticia de una atractiva joven en Bogotá, que para lograr recursos con qué pagar su carrera universitaria, se ubicó en un sitio estratégico y se dedicó a vender aguacates. Me llamó la atención cómo en los medios cachacos destacaron esa actividad como un brillante emprendimiento, y pensé para mis adentros: Si hay razones para calificar como emprendedora a una joven que se le ocurrió vender aguacates, metidos estos en una caja de cartón marcada con un simple marcador negro, entonces yo en Barranquilla conozco a decenas, o a centenares de verdaderos emprendedores porque han sabido organizar muy bien sus ventas en espacio público, ya sea en chazas, carretillas u otros elementos. Ahora, sí es cierto que hay informales a los que les va muy bien, hay que reconocer que a otros les va regular y a otros más, bastante mal, igual como sucede con la generalidad de la población de nuestro país. También, que sus actividades son variadísimas, porque los comerciantes son unos, pero los hay cuidadores de carros, por ejemplo, que es un segmento en el que se rebusca una numerosa población, y en este grupo sus ingresos dependen regularmente de su ubicación y desempeño, siendo que algunos ganan bastante más de lo que muchos imaginamos. Otros con mayor o menor destreza, hacen malabares en los semáforos, muchos son trotamundos, pero siempre itinerantes para no cansar a conductores o transeúntes.
Las empleadas de servicio doméstico se dividirían en dos grupos, formales aquellas que ganan un salario mínimo o más, con todas las prestaciones, e informales las que no, y conjuntamente, conforman un grupo inmenso liderado en su mayoría por mujeres, muchas, madres solteras que han logrado educación superior para sus hijos, de manera admirable. Los recicladores son trabajadores informales de enorme beneficio para el sostenimiento del medio ambiente, muchos de estos, cada vez más organizados. Pero sería deseable que desde el Estado se apoyara más a los informales de todas las actividades para dignificar aún más su trabajo y su condición, y además, como una manera de incorporarlos a la formalidad sin que estos pierdan la independencia que les brinda su forma de trabajo. O sea, para que siga siendo cada uno de ellos, su propio jefe. ¿Será posible esta idea, o simplemente, una utopía? Yo, por lo menos, pienso lo primero.
nicoreno@ambbio.com.co
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