Durante el reciente partido de preparación de la Selección Colombia contra Venezuela y el de hoy contra Argentina me llama la atención la gran cantidad de personas luciendo sus camisetas amarillas como si estuviéramos en pleno Mundial de fútbol. Es que nuestra pasión por la Selección Colombia es muy grande y une a todo un país, y la manera más espontánea de demostrarlo es enfundándose en la camiseta amarilla de la selección, así sea la de hace 2, 4, 6 años o más, que lo importante es mostrar nuestro apoyo irrestricto. Recientemente, me enteré por los medios acerca del desmantelamiento de una fábrica clandestina de camisetas de la Selección Colombia y de la incautación de una gran cantidad de camisetas chimbas. Esta noticia me puso a pensar, y aunque algunos lleguen a calificar esto como apología del delito, solo me limito a trasmitir mi análisis sobre esa situación y un punto de vista muy personal que me atrevo a compartir.
Ante todo es una realidad el tremendo orgullo patrio cuando apreciamos nuestro estadio Metropolitano Roberto Melénez colmado de hinchas conformando una sola mancha amarilla, y aún más cuando a través de la televisión vemos la enorme cantidad de colombianos que apoyan a nuestra ‘sele’, en diferentes estadios del mundo, que se identifican por la mencionada camiseta amarilla. Y es que durante los partidos del Mundial nuestras ciudades se llenan de ventas informales de camisetas de la selección, mayormente amarillas, aunque otras azules y hasta rojas, y son esos vendedores informales, además de pequeños almacenes, los que proporcionan la casi totalidad de las camisetas que forman la llamada mancha amarilla en estadios y calles.
Una camiseta oficial, con el aval de la Federación Colombiana de Fútbol tiene un valor unitario de $209.900 la de hombre y $189.900 la de mujer. El salario mínimo en Colombia hoy es de $781.242. Un padre de familia se viste de amarillo, también a su esposa y así sea a un hijo, y esas tres camisetas oficiales les costarían aproximadamente $588.000, que representaría un 75% de ese salario, lo cual sería imposible para él. Pero sería cruel que toda esa enorme masa de colombianos que quieren demostrar su amor y respaldo a la selección no pudieran hacerlo porque el gobierno les impone el uso de la camiseta oficial, y si esa imposición se cumpliera no habría mancha amarilla ni en el Roberto Meléndez, ni en los estadios del exterior, ni en las calles, estaderos, oficinas y hogares del país.
Además de lo anterior, se dejaría sin el ingreso que la amarilla genera a la enorme cantidad de vendedores informales –y algunos formales, pero de negocios muy pequeños– que se dedican a su comercialización, así como a quienes se dedican localmente a esa producción prohibida. Y durante los partidos de la selección no se vería por las calles y estadios sino un porcentaje mínimo de colombianos con su flamante camiseta amarilla, necesariamente conformado por personas pudientes económicamente, generándose un odioso e injusto desequilibrio. En ese caso, que es el teórico, y que solo se convierte en la práctica cuando con despliegue se allana y desmantela una fábrica clandestina, a diferencia de lo que reza nuestra Constitución, el bien privado estaría primando sobre el bien público. Pero en China no pueden cerrar fábrica alguna, así que lo que hay que combatir es el contrabando.
nicoreno@ambbio.com.co
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