La semana pasada escribí acerca de algunos de los argumentos expresados en una columna firmada por la exdirectora de la DIAN, Fanny Kertzman, sobre la influencia que tiene el narcotráfico en la economía nacional.
Quedó pendiente tocar el punto de vista de la columnista acerca de un eventual desastre económico en caso de que sea elegido presidente un candidato de izquierda. Por supuesto, semejante tesis no es coherente con la realidad, pero su peligrosa exposición constituye uno de los pilares argumentativos de la derecha para descalificar cualquier otra opción de poder que no sea la suya.
Según Fanny, y muchos de los seguidores del neo conservatismo salvaje, un gobierno de izquierda acabaría de inmediato con las condiciones capitalistas de nuestro sistema: leyes de mercado, propiedad privada, competencia, inversión extranjera. Este terrorismo ideológico, entre otras cosas, ha servido para moldear el miedo que millones de colombianos tienen a que aquí se repita la nefasta historia reciente de Venezuela.
Como es de esperarse, los partidarios de esta insuficiente postura no tienen en cuenta que para que Colombia caiga en la debacle castrochavista no basta con que se elija a un presidente de izquierda que quiera echar por la borda nuestra tradición democrática y capitalista, sino que tiene que contar, además de con un sólido apoyo popular, con el respaldo incondicional de las Fuerzas Armadas. Y eso no va a ocurrir. Ni una cosa ni la otra. Lo sabe la derecha satanizadora, y lo sabe la izquierda democrática que se presenta como alternativa de poder en un país que ni siquiera está cerca de ser políticamente liberal.
Se puede, con mucha razón, cuestionar la capacidad administrativa de la izquierda, reflejada, por ejemplo, en los gobiernos de Bogotá; se puede, con justicia, criticar los coqueteos de algunos de sus líderes con Hugo Chávez; se puede, con certeza, recordar el pasado guerrillero de muchos de quienes ahora pelean por los votos. Pero creer que la sola presencia de tal o cual tendencia ideológica es una amenaza para la estabilidad del sistema político y económico en su conjunto, es hilar convenientemente fino.
Una democracia, para serlo, necesita de diversas opciones, del debate constante y constructivo entre puntos de vista contrarios, y, por supuesto, de la opción real de poder de cada una de las facciones en contienda. Cuando todo el mundo es conservador, o liberal, o socialista, o anarquista, no se puede hablar de democracia.
Y así como resulta insensato pensar que si el señor Duque es elegido presidente, Colombia se va a convertir en una segunda Alemania Nazi, también lo es afirmar que si el elegido es un candidato de la otra orilla, en poco tiempo seremos una fotocopia del ridículo y nefasto régimen venezolano o norcoreano.
¿Y lo del narcotráfico permeando la economía? Ahí sigue. Ahí seguirá. No importa si el gobierno es azul, verde, amarillo o rojo. Ahí estará en nuestras narices y en nuestras billeteras, mientras nos seguimos gritando: “mamerto”, “facho”, hasta el fin de los tiempos.
@desdeelfrio
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