Una noche de comienzos del año 2000, mi amigo el escritor John Jairo Junieles, apareció en el apartamento que compartíamos en Lo Amador, ese barrio añejo y popular biografiado en los cuentos de Roberto Burgos Cantor, con un libro de segunda mano. –Léete esta vaina –me dijo con la teatralidad que lo caracteriza–. Se trataba de Un camino en el mundo del trinitario de origen indio, V.S. Naipaul. Unos meses después de aquella ‘presentación’, en La resistencia –su penúltimo libro–, Ernesto Sabato decía que el destino no se manifestaba en las cosas abstractas, sino que se presentaba en los signos e indicios aparentemente pueriles, anodinos, insignificantes. Decía, que “ni el amor, ni los encuentros verdaderos, ni siquiera los profundos desencuentros, son obra de casualidades sino que nos están misteriosamente reservados”.
Quizá, si le creo a Sabato, el destino me tenía reservado a Naipaul. Para los tiempos en que John Jairo me lo ‘presentó’, yo andaba encandilado –nunca he dejado de estarlo– con la fascinante y compleja historia del Caribe y su infinita capacidad de desacralizar todo aquello que llega a sus dominios líquidos. Un camino en el mundo era una visión descarnada o quizá demasiado encarnada de la confluencia del imperio español y británico en el Caribe y la enmarañada presencia de africanos, indios y aventureros de todas las pelambres. Allí estaban la historia imperial y el presente confuso de un aspirante a escritor que quería domar sus demonios con la escritura.
En Naipaul, encontraba mucho de ese Caribe purgatorial del que hablara Héctor Rojas Herazo, y debo confesar –con el perdón de la ortodoxia historiográfica–, que la mejor visión de la epopeya libertaria de Francisco de Miranda, la leí en las páginas de Un camino en el mundo. Esa misma noche, insomne, lo devoré. Después leería, con devoción de cofrade, Miguel Street, Una casa para Mr. Biswas, El curandero místico, La pérdida de El Dorado, En un estado libre, mientras V.S. Naipaul, luego de una larga espera, de acuerdo con los que desde hacía rato conocían su obra, ganaba el premio Nobel de literatura en el 2001. Yo en cambio, apenas me estaba enterando que lo merecía, y me sentía privilegiado de saber de su talento en la intimidad de mis lecturas, justo en el momento en que el mundo se lo reconocía de manera pública y oficial.
Los escritores no tienen ni idea de todas las complicidades que patrocinan. Mientras leemos, vivimos nuestra propia vida vis a vis con la que ellos crean en sus libros. Cuando transcurre el tiempo el recuerdo de los mundos que crearon los autores que leíamos, nos sirven para evocar nuestro propio pasado. Para mi el escritor V.S. Naipaul siempre será un pequeño y caluroso apartamento en Lo Amador, John Jairo Junieles escuchando la canción El oso de Mauricio Birabent en medio de alcoholes baratos, las ganas indisciplinadas de escribir, la cofradía de amigos caprichosos, las escasez y la parranda y el nacimiento de mi hija Camila.
Buen viaje, querido y aborrecible Vidia, que encuentres tu camino para otros mundos. Yo sigo transitando, a veces, el que tú dejaste.
javierortizcass@yahoo.com
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