¿Es posible compaginar la muerte y la alegría? Posiblemente más que la alegría y el miedo. Sirvan estas líneas de personal homenaje y muestra de respeto a los policías muertos y heridos en el atentado del pasado sábado 27. Pues sí. Sí que es posible compaginar la muerte y la alegría. Especialmente cuando los muertos son otros y los alegres somos nosotros. Total, que acaben de ser asesinados cinco policías, vecinos tuyos, hace apenas unas horas, ¿de verdad es motivo bastante para suspender los actos del Carnaval de ese día? Quizá lo sería si los muertos lo hubieran sido en el norte de la ciudad. Quizá si en lugar de policías hubieran sido políticos, o empresarios, o cinco personas de la raza, el barrio y el estrato social que hace que parezca más difícil compaginar muerte y alegría. Esos secretos a voces que nadie dice y que, como extranjero con cara de idiota que eres, no hay quien te quiera reconocer aunque tú los escuches gritando en las esquinas. Dinero, dinero, dinero. ¿Por qué todo huele a dinero?
Tal vez ni eso. Tal vez nada amerita que se suspenda apenas por unas horas la alegría en muestra de respeto a varios muertos que dieron sus vidas por el país, por tus hijos, por nuestros seres queridos, por todos nosotros. Diminuto signo de luto, de empatía, de humanidad. De la solidaridad que tanto abunda en nuestra opinión de nosotros mismos y que no pocos locales y foráneos aun rebuscan en el fondo de nuestras conciencias. Gente extraña. Personas que sienten, que se duelen, que a poco que rascan la sonriente y vital superficie encuentran una hermosa puerta a la más bella de las hipocresías. Quién sabe. Quién demonios sabe nada.
Lo que sí es difícil es compaginar la alegría y el miedo. Por eso, el domingo las calles de la ciudad estaban sospechosamente más tranquilas de lo habitual. Porque el miedo es una herramienta muy poderosa para conseguir multitud de cosas. O, simplemente, porque tal vez es más sencillo demostrar el espíritu cívico guardando un minuto de silencio y siguiendo la fiesta con normalidad, que al día siguiente teniendo el valor de hacer lo mismo cuando ya no hay ni fiesta, ni alegría y lo único que queda es muerte, silencio y miedo. Mira cómo se agita esa bandera bajo la brisa del mediodía. Cómo brilla el sol. Como sus colores casi estallan en mil serpentinas.
En cualquier caso, ¿saben qué es lo más desagradable de toda esta situación? ¿Lo más doloroso para cualquiera de todos ustedes? ¿Algo mucho peor que tus calles cubiertas de sangre, que tus cuarteles de policía aún humeantes, que las madres de tus héroes de la patria llorando al mismo tiempo que sus buenos vecinos no tan lejos de allí celebran, ríen, beben y bailan? Lo más desagradable es que sea yo quien tenga que decírselo a ustedes. Yo. Un español. Un maldito extranjero lo suficientemente maleducado y grosero como para atreverse a afearles la conducta a sus anfitriones. A mí me daría vergüenza. A mí, de hecho, me la da.
@alfnardiz
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