Hace apenas unos días leí una columna de opinión que argumentaba que para poder pasar la página de la paz eran necesarias las objeciones hechas por el presidente Duque a la ley estatutaria de la JEP, para que aquellos que votaron negativo el plebiscito pudieran quedar tranquilos y hacer su propio cierre.
Por otro lado, la actitud sobradora, prepotente y hasta retadora de los exfarc, nos lleva a todos a sentir rabia, impotencia y nos renueva esa sed de revancha. Que no tienen plata, que no están vinculados con el narcotráfico, que no se presentan ante la JEP, y algunos inclusive más descarados que al ser pillados delinquiendo posteriormente a las fechas estipuladas, piensan que se pueden salir con la suya. Sin embargo, no podemos negar como país, que es mejor que esos delincuentes estén haciendo el ridículo político en el Congreso (con tan solo 50 mil votos), que en la selva secuestrando y matando.
Los colombianos nos encontramos en esta disyuntiva, por un lado, la rabia; y por el otro, la esperanza. Ambos son sentimientos poderosos que nos colocan en medio de una encrucijada casi imposible de resolver, que refleja una Colombia dividida 50/50. En lo que todos estamos de acuerdo es en que debemos pasar la página, y que si queremos avanzar hacia un mejor futuro todos tenemos que acabar esta polarización.
Independientemente del argumento jurídico o político sobre la conveniencia de estas objeciones, pasar la página es el acto que permite mirar hacia el futuro sin temor del pasado. Es la voluntad de ir hacia adelante, así no nos guste lo que leímos en la página anterior. Imagínense uno quedarse eternamente leyendo un libro porque quiere que el autor cambie lo que escribió. Aquí nos encontramos con dos premisas fundamentales. Primero, que quien suscribió la paz fue el Estado colombiano; y segundo, que en cualquier situación no se necesita que todos estemos de acuerdo en lo construido, sino de construir sobre lo construido, buscando siempre la unidad y las mayores coincidencias.
Es claro que el presidente tiene la prerrogativa legal de objetar, y en un país democrático con poderes claramente definidos el Congreso podrá también negar dichas objeciones. El problema con el que nos estamos enfrentando es que algunos creen que para resolverlo necesitamos unanimidad, y este pensar nos lleva a querer imponer nuestra razón sobre la de otros (constituyente). Este es el ciclo que debemos frenar.
El 20 de junio fue la fecha límite impuesta por la Corte para definir el tema de las objeciones, fecha clave para avanzar en la despolarización de este país. Las objeciones a la JEP no acaban con la paz, pero sí dificultan la posibilidad de reconciliarnos. Independientemente del resultado, si realmente queremos pasar la página, debemos aceptar los resultados definidos por la institucionalidad legalmente constituida y dedicarnos a los temas nacionales que realmente le importan a la gente; el empleo, la salud, la educación, la seguridad.
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