Mi camioneta es una diosa de rines plateados y vidrios polarizados. Trescientos cincuenta caballos desbocados. Ocho válvulas rugientes. Asientos de cuero italiano. Suspiros de tantas como a ella suben cada noche para volver a casa empapadas. Mi camioneta es alta como montaña. Máquina engrasada, hoja de acero,cuchilla afilada, espada de conquistador.
Mi camioneta es grande, enorme, colosal. Reflejo del mundo que la admira cuando pasa. Poderosa bajo el sol ardiente, sus rayos la hacen brillar deslumbrante. Mi camioneta es la reina del asfalto. Cruza los arroyos vueltos ríos de lágrimas. Lamentos de tantos como la ven y saben que no pueden tenerla. Porque es mía. Mía y solo mía. Mi camioneta soy yo y yo soy mi camioneta. La ley se hace a un lado ante ella.
Porque yo no me someto a las normas de tráfico. No se le aplican a mi camioneta. Yo no respeto a los otros conductores. ¿Cómo va a hacerlo un gigante frente a tantos enanos? Yo veo la señal que dice cincuenta y subo a cien. Descubro la orden que grita alto y el motor de mi camioneta aúlla continúe. En aquella intersección los demás creen que tienen preferencia. Mentira. Mi camioneta siempre la tiene. Apartad, corronchos. Ha llegado mi camioneta. Señora, no cruce la calle frente a mi camioneta. Fuera esa silla de ruedas. Lejos de mí esos trabajadores llenos de polvo de obra. ¡Miserables peatones, pobres sin oficio ni beneficio, dejad paso a mi camioneta, emperatriz urbana, reina motorizada del carnaval!
Pare usted, aquí tiene un comparendo, una multa, una hermosa orden del Estado. Eso es lo que cree, oliva que se piensa policía, tome su multa envuelta en un bello papel que dice cincuenta mil pesos, a mi camioneta no se le puede cortar el paso, mi camioneta tiene dos especializaciones y una maestría, es senadora de la República, ministra de Minas, canciller de Colombia, Papisa de Roma. Es hora que todos sepan que hay leyes y luego está mi camioneta. Mi camioneta es Latinoamérica, los desmanes y corruptelas de trescientos años de colonia y doscientos de independencia cantando dulces vallenatos sobre cuatro ruedas negras.
Y entonces la ciudad colapsa. Porque todos tienen camionetas. Porque todos piensan lo mismo. Porque nadie cede el paso, ni nadie considera que las leyes estén hechas para respetarse. Solo lo hacen aquellos que no tienen más remedio. No nosotros, los listos, los poderosos, los que tenemos el dinero y las camionetas. Nosotros aplastamos al tipo ese de pelo blanco que camina por los arcenes, al bicho raro que pretende que le dejemos cruzar, el que nos reta en cada cruce y al que no golpeamos porque de grande que es tal vez nos estropearía los bajos de la camioneta.
Respeto y tolerancia. Civilización y orden. Eso, con perdón, son maricadas. Mi camioneta está más allá del bien y del mal. Yo lo estoy. Mi especie, tan distinta de la de aquellos que caminan, lo está. Que el triste y miserable populacho se entere de una vez. ¡Viva mi camioneta!
@alfnardiz
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