No había otra opción. O nos compraban medio botines, o boticas de cuero negro y cordones. Ni siquiera marrones o de colorines como los que usan ahora los niños. En realidad, las de antes, fuimos generaciones de niños muy conformes, que aceptábamos sin chistar lo que nos sugerían o nos imponían nuestros padres. Y no solo en la disciplina –que era estricta– sino también en la forma de vestir, y como podemos ver, hasta “en el calzar”. Había entonces un solo modelo de zapatos para niños, con capellada lisa y unas cuantas costuras de adorno, simulando una chapeta. Si una vez nos compraban medio botines, la próxima vez nos compraban boticas, para variar. Pero de ahí no salíamos. Eran de suela doble de puro cuero, nada de suelas plásticas poco durables, como son las de ahora. Cuando se gastaban, las remontaban y seguíamos ‘dándoles palo’. Para que nos duraran más, les ponían una herradura en el tacón y, en la punta, tres ‘carramplones’: unos taches de plomo, redondos y labrados, que sobresalían de la superficie de la suela, con los cuales nos divertíamos rastrillando el piso para sacar chispas y eso nos hacía sentir ‘echando chispas’, cual valerosos vaqueros del Oeste. Aunque deseábamos que la suela se gastase pronto para que nos compraran un par nuevo, el metal resistía muchas pero muchas rastrilladas. También había guayos para jugar fútbol: los clásicos de cuero negro con taquitos de suela, que solo fabricaban en Faitala, en la Calle de las Vacas. Era obligado comprarlos allá o en el almacén de deportes de Puente & González. Eran otros tiempos. Los niños no teníamos ‘derecho’ a vestir a la moda y debíamos conformarnos con algo muy sencillo. ¡Igual a los tiempos de ahora, que desde que nacen, visten y calzan ‘¡de marca!’ ¿Qué tal?
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