Escribir sobre líderes sociales es una constante. Ojalá fuera para comentar sus logros y la importancia de sus luchas en las regiones más olvidadas del país. Ojalá fuera para destacar las diferentes labores que ejercen. Ojalá, por fin, les diéramos el reconocimiento que merecen. Infortunadamente, su voz es silenciada. Su trabajo social es estigmatizado. Son perseguidos y asesinados. En los últimos tres años, han matado a más de quinientos líderes sociales. En los diez meses que lleva el nuevo Gobierno en el poder, han asesinado a más de cien. Las cifras son aterradores. La situación cada vez empeora. La realidad es que el asesinato de líderes sociales es un genocidio.
“¡Por qué! ¡Por qué! ¡Por qué! ¡No! ¡No! ¡No! ¡Por qué!”. Son las palabras que acompañan los desgarradores gritos de un niño. Su llanto, su dolor, su desespero, su vulnerabilidad, su soledad. Su madre, María del Pilar Hurtado, fue asesinada en Tierralta, Córdoba. Su cuerpo estaba tirado en la tierra, porque esa Colombia olvidada ni siquiera está pavimentada. En cambio, sí está sumida en la pobreza, violencia y miseria. Esa Colombia que nos arrebatan los despojadores de tierras, los asesinos. El video que se volvió viral en redes sociales es la fotocopia de la barbarie. Es esa Colombia que sigue afectando a millones de ciudadanos. Esa que asesina a líderes sociales cada día y medio. Esa que no permite el progreso. El llanto del niño, que ahora es huérfano, es el eco de la desesperanza.
El problema es que después de casi sesenta años de guerra, que son más parecidos a doscientos años de horror, algunos siguen justificando la muerte. No han entendido que la vida es prioridad. Deslegitiman la labor de los líderes y los señalan de delincuentes. Es el discurso que les conviene a los asesinos, a aquellos que se apoderan de la tierra, que explotan los recursos naturales, que evitan el desarrollo sostenible, que defienden el capitalismo salvaje y mafioso. Ese discurso es tan efectivo, que ha calado en un sector de la sociedad hasta aprobar lo inaudito. O peor aún, hasta acomodarse en la violencia, hasta anestesiar la crueldad, hasta convertirlos en cómplices de los verdaderos delincuentes.
El video del hijo de María del Pilar Hurtado parece la escena de una película de terror. Podría ser un documental del genocidio en Ruanda. Podría ser una imagen de la dictadura de Trujillo en República Dominicana. Y, sin embargo, es Colombia en pleno 2019, después de supuestamente firmar un Acuerdo de Paz. Somos uno de los países más violentos del mundo, así lo quieran negar. Se vive un genocidio en la actualidad. No es exageración, es la verdad. Una verdad en la que deberíamos insistir sin cansancio.
Están matando a miles de colombianos mientras escribo esta columna. Mientras algunos la leen. Mientras vemos un partido de fútbol. Mientras seguimos sin entender la realidad de millones de compatriotas. Mientras se nos escapa la empatía y nos aferramos a la indolencia. Mientras la violencia sigue, por allá, en ese otro país que también es Colombia.
@MariaMatusV
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