En medio de la crisis sanitaria aparecen otras crisis: corrupción, ausencia de derechos fundamentales, desigualdad, violencia. Gobiernan los mismos desde hace más de doscientos años. No les interesa el bienestar colectivo y han hecho del país un tipo de feudo contemporáneo. Nos convencieron de que merecemos la indignidad. Nos enseñaron a vivir en una distopía peor que la del COVID-19. Es esencial que despertemos, que recordemos la historia y construyamos una memoria transformadora.
El panorama es preocupante en todo el mundo. Ahora, estar en Colombia agrava el problema. Mataron a varios presos en un motín y nadie habla de eso. Justifican la muerte una y otra vez, como si los presos no tuvieran derechos ni fueran humanos. Se lavan las manos con respecto a la situación de los venezolanos. No les brindan garantías. Los usaron cuando les convenía y hoy los abandonan a su suerte. Los habitantes del barrio Santa Fe en la ciudad de Bogotá se encuentran en condiciones precarias, es alarmante su condición actual. ¿Pero a quién le importan los vendedores ambulantes, los trabajadores sexuales y los pobres? Los desdibujaron de la sociedad hasta excusar su vida indigna.
El fantasma de un país corrupto y violento ronda cada rincón del territorio. La desigualdad nos estalla en la cara y la crisis social es peor que la crisis sanitaria. Destruyeron la salud pública y de calidad. Educaron a los ciudadanos para legitimar la barbarie y condescender lo inaceptable. Los derechos humanos son un espejismo. La solidaridad es convenenciera. No olvidemos que estamos en el país que justifica los asesinatos de líderes sociales y los falsos positivos. En estos momentos, los presos, inmigrantes, habitantes de la calle y desfavorecidos son un estorbo, sus vidas valen menos. Al final, aquí siempre existirá una razón para normalizar la inhumanidad. Esa es la crisis más cruel y dolorosa.
Despertar no es hablar de unión y pedir que no polaricen. Tampoco donar dinero o hacer un mercado. Eso es positivo y necesario, pero será trascendental si se acompaña de un proceso reflexivo. Es momento para empezar a entender nuestro pasado y preguntarnos por qué estamos en este punto tan crítico, de valorar y respetar la vida de todos. Debemos quitarnos la venda y ver la realidad. Comprender que hacemos parte de uno de los países más corruptos, violentos y desiguales del mundo. Reaccionar.
Nuestra distopía no llegó de Wuhan, está aquí presente hace más de doscientos años.
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