El siglo XX se destacó por ser el del despertar de la mujer, el del levantamiento femenino, el del comienzo de la rebelión, el de la lucha porque fuésemos consideradas iguales y el de la guerra contra el patriarcado. La mujer que siempre había sido vista como la mera sombra del hombre, una que se dedicaba a tener hijos, a estar en silencio, a atender y, en muchas ocasiones, a ser vista como una invitación al pecado, de repente se había cansado de esta percepción y empezó a luchar por tener un papel de protagonista y no de personaje secundario.
Y es que desde los tiempos Antes de Cristo, la mujer había sido solo eso: un simple extra de una película. No tenía voz ni voto, era constantemente castigada y no podía cuestionarse absolutamente nada. Por eso su figura era irreconocible y su rol permanecía tras bambalinas, como si la labor de traer vida al mundo fuese insignificante, como si la labor de pasar valores de generación en generación fuese tarea fácil y como si nuestras capacidades solo tuviesen que limitarse a la cocina y el cuarto.
Millones fueron las mujeres que contribuyeron a que hoy podamos gozar de libertades y derechos que damos por sentado. Hoy somos consideradas ciudadanas gracias a ellas, podemos votar gracias a ellas, podemos ir a un bar sin que sea un escándalo gracias a ellas, podemos divorciarnos gracias a ellas y podemos trabajar gracias a ellas. Sin embargo, aunque se ha avanzado mucho en el tema y tengamos mucho que agradecerles a esas mujeres que labraron el camino que estamos recorriendo, todavía hay mucha tela por cortar y mucho más por lograr.
Primero, todavía debemos librar ciertas batallas para que –así sea en el papel– seamos completamente libres. Libres de escoger qué hacer con nuestros cuerpos, libres de poder elegir qué hacer con nuestro futuro y libres de no ser satanizadas por las decisiones que tomemos. Pero aparte de eso, aún hay muchas batallas que debemos librar para que en la práctica realmente sí seamos libres, para que sí seamos iguales y para que sí podamos ser vistas y entendidas como se ven y se entienden a los hombres.
Pero quizás la lucha debe comenzar por nosotras mismas para que así podamos unirnos, podamos impulsarnos, podamos evitar desacreditarnos las unas a la otras, podamos evitar demeritar el proceso que tenga la que tengo a mi lado y podamos evitar seguir utilizando frases, comentarios, palabras y acciones que ponen en desventaja a la mujer ante el hombre. Como si solo ellos pudieran cometer errores y como si una mujer deba ser ‘apedreada’ por equivocarse.
Porque para poder seguir labrando el camino y para poder lograr que las niñas que hoy se convierten en mujeres puedan seguir caminando sin problemas, es necesario comenzar por la manera como nos expresamos y nos tratamos entre nosotras.
¡Feliz Día de la Mujer a mis lectoras lindas!
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