Debo confesarles algo. Cada vez que estoy a punto de escribir mi última columna del año, cada vez que me siento frente al computador y sé que esas serán mis últimas palabras antes de los ‘pitos’ del 1 de enero, la nostalgia, la ansiedad y los nervios me invaden. Me da nostalgia por el tiempo que se va y no vuelve, me da ansiedad por lo que prometí hacer y no hice, y me dan nervios por lo que vendrá.
Y es que el futuro siempre ha sido uno de mis grandes temores. Temo, como a cualquiera le puede pasar o, más bien, como creo que a todos nos sucede, que lo mejor ya haya pasado, que las tragedias se avecinen y que lo vivido haga parte de las épocas doradas. Y aunque me jacto de ser una persona optimista, justo antes de las doce, cuando suena esa canción que ‘anuncia que un nuevo año está por llegar’, una parte de mí se inquieta. Tan acostumbrados a sufrir estamos los seres humanos, que la felicidad aterra.
Sin embargo, existe un consuelo, o más bien, una certeza que me hace vencer el miedo (o al menos me lo ‘apacigua’), y esa es la certeza de que sé que en las buenas y en las malas, siempre está Dios. Suena cliché, suena trillado, suena como si fuese una ‘coach’ de vida, pero es la verdad. No soy de ir todos los domingos a una Iglesia (propósito del 2020), así que cuando hablo de Dios, no discrimino. No me importa cómo le llames, cómo le reces, cómo le hables, cómo le pidas, cómo le agradezcas, Dios es solo uno y si está escrita una verdad revelada, es que ‘no hay nada que Él no te dé, que tú no seas capaz de soportar’.
En esta columna he hablado de mucho, de política, de cultura, de libros, de series, de artistas y hasta de mis sobrinos, pero jamás había hablado así de Dios. Como si nada de lo que sucediera tuviese que ver con Él, cuando, por el contrario, tiene todo que ver con Él. Y lo peor del cuento es que en un mundo tan contaminado, en uno en el que se destila tanto odio a diario, en uno tan polarizado en el que ‘si no estás del todo conmigo, entonces estás contra mí’, lo que más necesitamos es precisamente hablar de Dios.
Y por esta razón, terminaré mi año de columnas hablando sobre lo que nos debería unir, y no sobre lo que nos divide. Hablando sobre la esperanza, y no sobre el desasosiego. Hablando sobre la presencia de Dios, y no sobre cuándo erróneamente creemos que no está.
Porque cuando falten ‘cinco pa’ las doce’, quiero que tengan claro que si ustedes lo permiten, ahí mismo lo podrán sentir. Porque cuando lleguen los fuegos artificiales, y le vayan a dar un beso a un ser querido, ahí es dónde lo podrán encontrar. Porque si hay algo seguro es que el 2020, como todos los años, vendrá con lo que podrás celebrar, llorar, bailar y, sobre todo, soportar.
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