Hay un dicho conocido que dice: “él que sabe, sabe, y él que no, enseña”. Una frase que intenta mostrar de manera despectiva, que el trabajo de los docentes, maestros y profesores, está ‘por debajo’ de otros. Como si cualquiera pudiera hacerlo. Como si fuese fácil. Como si no mereciera ningún tipo de respeto. Y como si él o la que se dedicara a esta profesión, en realidad no tuviera ningún tipo de vocación, y simplemente lo hiciera ‘porque no tuvo de otra que ponerse a enseñar’.

Sin embargo, si algo nos ha enseñado a todos esta ‘experiencia’ que nos hemos visto en la obligación de vivir, es que no hay nada más lejos de la realidad que todo lo que acabo de decir. Y aunque no puedo hablar por todo el mundo, porque como en toda industria o carrera, debe haber gente que hace las cosas sin pasión o motivación, lo cierto es que hoy más que nunca, debemos aplaudir la titánica labor que tienen los educadores, sobretodo, cuando de niños, adolescentes y jóvenes adultos se trata.

Ahora que ha sido el turno de los padres de ponerse en la tarea de enseñarles a sus hijos, de tener la paciencia de repetirles las cosas muchas veces, de tener la labor de mantenerlos quietos y concentrados (y eso que, a diferencia de lo que les toca a los maestros en los colegios, no cuentan con la distracción de más de una docena de otros niños en cada salón de clases), y de buscar formas diferentes cada día para tenerlos entretenidos (sin poder sacarlos de los hogares), creo que a muchos nos ha quedado claro que lo que hacen nuestros educadores, es un oficio impresionante.

La verdad es que es triste ver lo poco que se remunera este trabajo tan vital para crecer como sociedad. Es triste que la percepción de él sea tan pobre. Es triste que creamos que quienes están encargados de educar a las generaciones del futuro, no merezcan el profundo respeto y admiración que en realidad se merecen. Creo que si hay algo positivo que destacar de esta ‘cuarentena’, es que nos hemos dado cuenta que al igual que a los médicos, enfermeros y todo el sector de la salud, a nuestros maestros también les debemos una ovación de pie.

“Les pagamos poco”, “ya no me duele la matrícula del colegio”, “no sé cómo hacen”, son algunos de los comentarios que he podido leer y escuchar durante éstos últimos días, tanto en las redes sociales como en algunos grupos de whatsapp. Y aunque no tengo hijos y, por ende, no he podido vivirlo de primera mano, sé que tienen la razón y por eso repito con asombro, ‘realmente no sé cómo es que la logran’.

Así que esta columna va dedicada a los educadores, a los que se ponen la camiseta para enseñarles a otros (independientemente de si lo que enseñen sea academia, deporte, o ética), a los que dedican su vida para formar al futuro de este país, y a los que con amor, pasión y mucha vocación, escogen hacer de nuestros niños y adolescentes, personas preparadas para la vida. Gracias, gracias, gracias por hacer lo que hacen.

Porque el que sabe, sabe. Y el que enseña, más que nadie lo sabe.