El Heraldo
Opinión

El mejor día del año

Amanece Barranquilla en su mejor día del año, uno de fiesta, de alegrías, de ‘desórdenes ordenados’ y de sonrisas entre extraños. La ciudad sabe que no es un día cualquiera, lo saben los bailarines que desde temprano se maquillan para su gran debut, lo saben los organizadores que llevan toda la noche sin dormir, esperando con ansias que todo el esfuerzo de un año de trabajo se vea bien recompensado, lo saben los comerciantes que se harán su ‘diciembre’, lo saben los visitantes que están muriendo de ganas de llegar a vivirlo para poder gozarlo, lo saben los barranquilleros que se sienten orgullosos de su cultura y lo sabe la reina, quien, sin lugar a dudas, empieza hoy a disfrutar de uno de los mejores días de su existencia. 

Siento que se me sale la cursilería cuando de esta fiesta se trata, pero es que no hay nada que me emocione más que un sábado de Carnaval. No sé cómo es que hace la Batalla de Flores para lograr trasportarme a mi infancia, a lo que reconozco, a lo que me hizo quien soy hoy y a aquellos recuerdos que guardo como tesoro en mi memoria, al tiempo que me sorprende como nunca antes lo había hecho. Cada carroza es una nueva obra de arte, cada experiencia, si bien es parecida a las anteriores, no deja de ser inigualable, y cada kilómetro recorrido es más indescriptible que el siguiente. 

Me siento orgullosa de la tierra en la que nací, porque aquí se vive, se siente, se goza y se disfruta el Carnaval más auténtico de todos, el de los 150 años de tradición, el de la mezcla de etnias, el de la flauta de millo, el de la salsa, el de los colores y el de los tambores. A veces me gustaría ser ‘forastera’ para llegar a experimentar lo que se siente bailar en un desfile como este por primera vez, para dejarme contagiar de su magia sin saber cuántas más serán las sorpresas que vendrán, para asombrarme con lo que en este rincón del mundo se puede hacer y para deleitarme con el talento sobrenatural que se encuentra en cada esquina de este territorio currambero.  

Y aunque lo he repetido muchas veces, siempre que llega esta época siento la necesidad de volverlo a decir. Detrás de cada presentación hay horas de esfuerzo, de sacrificio, de trabajo y de mucha, mucha pasión. Una pasión que nace del amor por un legado, pues a la larga, el Carnaval no es solo una fiesta, es lo que nuestros ancestros nos han dejado y lo que nosotros dejaremos cuando nos vayamos de este mundo. Es algo más grande que una reina, más grande que un bailarín, más grande que un artista y más grande que el resto de nosotros que tenemos el placer de gozárnoslo, ya que cuando pase el tiempo, son los ritmos, son las danzas, son los instrumentos, son los colores, son los vestuarios y son las tradiciones las que perdurarán, y mientras estas lo hagan, mientras cada generación se encargue de salvaguardarlas y mientras el amor por este festejo sea responsablemente transmitido, nuestro legado no morirá y, por ende, un pedacito de nosotros tampoco lo hará nunca. 

Porque quien lo vive es quien lo goza. Y no hay nada más cierto que eso.  

 

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