Por si no se habían dado cuenta (escribo esto con muchísimo sarcasmo), el mundo no es igual para las mujeres como lo es para los hombres. Y aunque en las últimas décadas hemos avanzado positivamente en el tema, la verdad es que aún estamos a años luz de poder ser consideradas como un igual, pensadas como un igual, tratadas como un igual. Es por ello que en la mayoría de las empresas, sin importar la industria, todavía nos pagan menos, a pesar de hacer el mismo trabajo que ellos, y la razón por la que nuestro rol en la sociedad, en la gran mayoría de las culturas, todavía sigue ligado al de reproducirse, criar y encargarse de la casa.
Sin embargo, el área dónde siento que es notorio que seguimos siendo profundamente desiguales, es en el deporte. Es visible y triste que sin importar que el sacrificio sea el mismo, que las horas de entrenamiento sean las mismas, que la pasión sea la misma y que los sueños sean igual de grandes, el pago sencillamente sea tan distinto. Que porque no tenemos la misma afición, que porque no vendemos lo mismo, que porque aún no hay cultura de ese determinado deporte en el lado femenino, pero, pregunto ¿cómo crear esa cultura si los medios de comunicación no nos dan la importancia que merecemos y si el gobierno e instituciones no apoyan nuestro crecimiento?, ¿cómo es que se supone que debemos crear afición si no le invierten a que ganemos?, ¿cómo es que una niña puede dignarse a soñar con ser campeona, si no hay quién le apoye en el proceso para lograrlo?
La semana pasada fue la final del Mundial de Fútbol Femenino, el equipo estadounidense ganó y ese país se paralizó para felicitarlas, para verlas ganar, para apoyarlas y para sentirse orgullosos de ellas. Pero, ¿cómo es que en una nación dónde hasta hace unos años supuestamente no había ‘afición’ para el fútbol, como sí la había para otros deportes, lograron que la población siguiera paso a paso a las chicas? Pues invirtiendo en ellas, haciéndolas las mejores y enamorando a un país con su pasión, su historia y sus victorias. Y aunque en la final, la hinchada estadounidense empezó a gritar ‘equal pay’ (pagos iguales) a todo pulmón, ya que insólitamente las niñas todavía ganan salarios más bajos que los hombres (a pesar de que ellas han traído muchas más glorias futbolísticas que ellos), algo que nos hace ver qué tan impregnado está la desigualdad en todas las culturas, sociedades, nacionalidades e industrias, es importante ver que la afición es algo que se cultiva, con inversión, tiempo y, por supuesto, títulos.
Es triste ver cómo la presencia de la selección colombiana de fútbol femenino fue tan nula, cómo la mayoría de los colombianos ni se enteró que un mundial se estaba llevando a cabo y cómo en un país tan futbolero, que literalmente vive pendiente de todo lo que pase con los jugadores, con los clubes locales y los internacionales, deje tan relegadas a las mujeres que sueñan con ser las próximas ‘Alex Morgan’ del planeta (si aún no sabes quién es ella, es hora de que lo investigues, para que dejes de hacer parte del problema).
Porque esto va más allá del fútbol. Porque esto pasa en todos los deportes. Porque las mujeres ya no somos ‘tan delicadas como para esos juegos’ y, por el contrario, somos tan fuertes, o aún más fuertes, como para caernos y volvernos a levantar, y como para sacrificarnos por escuchar el himno de Colombia en un estadio o un podio. Y porque, sin lugar a dudas, ha llegado el momento de hacer de nosotras, campeonas del mundo.
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