En estos últimos días los colombianos católicos recibimos una noticia impactante. El Padre Alberto Linero, uno de los curas más reconocidos y queridos del país, le contó al mundo que había decidido renunciar a ser sacerdote, que le había enviado una carta al Padre Jean-Michel Amouriaux pidiéndole que le dispensase de sus promesas sacerdotales y que, una vez reciba la confirmación de su renuncia, quería comenzar a vivir la vida de una manera distinta.
Como era de esperarse, rápidamente se convirtió en una noticia nacional y, por ende, todos los medios de comunicación tocaron profundamente el tema, en las redes sociales su caso se volvió tendencia y en la mayoría de los grupos de Whatsapp los ‘memes’ con la cara del padre Linero junto a mujeres no tardaron en volverse virales.
Y aunque la burla a la que fue sometido este hombre que le ha dedicado 33 años de su vida a la Iglesia Católica me pareció degradante, creo que me pareció aún peor la actitud de aquellos que se sintieron “traicionados, decepcionados e insultados” por una decisión que solo le debería afectar a quien la está tomando.
El padre Linero está, al igual que cada uno de nosotros, en todo su derecho de escoger qué rumbo quiere darle a su vida, está en su derecho de decidir que está cansado de estar solo, está en su derecho de dudar, de sentir y de cambiar de parecer, y está en su derecho de ser mucho más que un cura.
Aquellos que desde lejos lo critican y que abanderan discusiones interminables sobre por qué creen que lo que hizo ‘está mal’, olvidan que debajo de esa sotana hay un hombre, un hombre que a pesar de amar profundamente a Dios, de ser transparente, de querer al prójimo y de haberle entregado más de la mitad de su vida a la Iglesia, es uno que quiere y puede vivir su vida de manera distinta. Aquellos que despotrican o se burlan de él no tienen idea de lo que significa ser un verdadero católico, no tienen idea de lo que significa tener empatía y no tienen idea de lo que es ponerse en los zapatos de otros.
Y por eso aquí, en esta humilde columna, quiero darles mi opinión al respecto: nadie tiene por qué tener una razón, nadie tiene por qué sentirse traicionado, nadie tiene por qué burlarse y nadie tiene por qué estar hablando sobre este hombre que más allá que un sacerdote, se conectó y se sigue conectando con millones porque nunca ha aparentado ser intocable, porque siempre ha sido de “lavar y planchar”, porque habla sin tapujos y porque inunda al mundo de bendiciones. Sí, el padre Linero es una persona pública, pero aún así nadie tiene por qué creer que tiene la verdad revelada, cuando no ha sentido lo que él siente y no ha vivido lo que él ha vivido.
Déjenlo que se enamore, déjenlo que viva lo que tantos de nosotros hemos tenido la fortuna de vivir, déjenlo que se haga preguntas existencialistas, pero, sobre todo, déjenlo en paz.
Porque Linero tiene un nombre y no es ‘padre’, sino Alberto.
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