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#AdiósJotaMario

La mayoría de los colombianos crecimos viendo a Jota Mario Valencia. Nos acostumbramos a él, a verlo en las pantallas, a su tono de voz, a sus polémicas y a sus chistes. El mundo daba vueltas, pero Jota Mario seguía en la televisión, entreteniendo al país, haciendo reír a su público y en el último tiempo de su vida adornando las mañanas.

Con el tiempo se fue convirtiendo en un referente del mundo del entretenimiento nacional, especialmente, del canal y de la cadena radial RCN, donde participó en diferentes programas y en donde dejó una imborrable huella por su trabajo.

Sin embargo, así como tuvo quienes lo quisieron, Jota Mario fue un hombre con miles de detractores. No era extraño encontrar en Twitter que se hubiese convertido en tendencia porque algunos querían que lo sacaran del aire, porque algunos, sin conocerlo en lo absoluto, querían mandarlo a callar e increíblemente, porque algunos querían que pasara a ‘mejor vida’.

Sin embargo, a pesar de que tenía claro que a este hombre le sobraban críticos, me sorprendió con tristeza la crueldad con la que algunos se alegraron con su muerte. Trinos de celebración, comentarios con aplausos y ‘hashtags’ desalmados, mostraron lo peor del ser humano. Como si realmente hubiese sido un hombre malo, como si cuarenta años de trabajo, esfuerzo y compromiso fueran poca cosa como para no darle su lugar en la historia, y como si caerle mal a alguien fuese equivalente a desearle la muerte a una persona.  

Pero quizás lo que más me sorprendió sobre su muerte, más allá que la falta de empatía de algunos, fue la muerte en sí. Suena obvio, pero a la vez no lo es tanto. Ya que mientras estamos ocupados con el día a día de la vida, se nos olvida que todo es tan frágil, que cualquier puesta de sol puede ser la última y que nadie está exento de que la muerte lo llame, mientras se está desprevenido. Ni la plata, ni la fama, ni la trayectoria evitan que de un momento a otro todo cambie. Y que todo, sin previo aviso, cese de existir. 

Me asusta que una persona como él se haya despedido de este mundo teniendo la misma edad que mis padres, que todo a partir de los sesenta cambie tan drásticamente, y que, como dice mi mamá, “hayan entrado en la etapa del tiempo extra del partido”. 

Y sí, sé que muchos me dirán que en cualquier momento todo puede cambiar para cualquier persona, que la edad no determina nada y que no sabemos cuándo realmente comienza a acabarse el tiempo de juego.  Y sí, sé que no es la primera persona de esa edad que se muere, ni es el más joven al que le haya sucedido lo que le pasó. Pero hay algo de este caso que resulta ser un catalizador de pensamientos tan existencialistas como los que estoy teniendo hoy.

Tal vez es porque es alguien a quien a pesar de que no conocí, siempre estuvo ahí, desde el comienzo de mi vida, desde que aprendí a entender frases, desde que aprendí a reír y desde que supe cómo prender un televisor. 

Así que invito a dejar los ‘peros’ y los ‘después’ a un lado para abrazar al que no queremos que nunca nos falte. Porque nadie sabe cuándo es que nos toca la hora.

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