Estamos a una semana de que finalicen las campañas electorales, de que se acaben las propagandas políticas, de que terminen las discusiones que normalmente se generan durante esta época, y de que desaparezcan los mensajes de texto de algunos pidiendo el voto. Estamos a una semana de que podamos ejercer uno de los privilegios más grandes que tenemos como ciudadanos, uno por el que nuestros antepasados lucharon, uno que solo hasta mediados del siglo pasado tuvimos las mujeres el derecho de ejercer, y uno que nos separa de los bárbaros y los regímenes autoritarios. Estamos a una semana de nuestra cita con la democracia.
Pero con este derecho viene un deber, pues de eso se trata, precisamente, vivir en sociedad. Nosotros tenemos el deber de escoger con la conciencia limpia, de escoger basándonos en propuestas claras y no en populismos utópicos, de escoger porque creemos en lo que se dice y en quien lo dice, no porque otros nos dicen que creer o en quien creer, pero sobre todo tenemos el deber de escoger sin que ello tenga un precio.
Comienzo diciéndoles que no voy a utilizar este espacio para decirles por quién es que creo que hay que votar, pues pienso que a estas alturas muchos ya deben tener su candidato elegido. Por el contrario, hoy voy hablarles sobre el cómo hay que salir a votar y el por qué de salir a votar.
Decidí escoger este tema porque la verdad sucedió algo en las últimas semanas que me dejó absolutamente preocupada. En estos días escuché a una persona que nació en un hogar de privilegios, privilegios como el de haber podido estudiar en la universidad, privilegios como el de haber tenido la oportunidad de viajar y poder conocer cómo es que funcionan los países ‘desarrollados’, y privilegios como el de haber nacido en una casa de gente honrada, decir que no iba a votar, que para qué votar si, igualmente, el que fuese a ser elegido “iba a ser igual a todos”. Al final de la discusión, que terminó siendo un poco acalorada, la persona dijo que igualmente “no necesitaba de la política, porque sus negocios no tenían nada que ver con ella” y que “otros se encargarían de enderezar a la nación”.
El problema es que así piensa mucha gente. Gente con una visión conformista y egoísta. Gente con un pensamiento iluso, porque todos, de alguna manera u otra, dependemos de la política. Gente que dice ‘amar a la Patria’ cuando ganamos un partido de fútbol, pero que se olvida que existe cuando realmente nos necesita. Gente que manteniéndose al margen cree que no le hacen ‘mal a nadie’, cuando en realidad están siendo gran parte del problema. Porque la única manera de que las cosas verdaderamente no cambien es si no hacemos nada por lograr ese cambio. Sí, es frustrante que las personas vendan su voto, es humillante votar por alguien y que salga ‘bandido’, y es triste que haya personas con valores y con ganas de transformar las cosas que no terminen ganando porque no hacen parte del ‘sistema’, porque no están ‘avalados’ por la casa política que es y porque no ‘compraron’ a nadie, pero no podemos darnos por vencidos. Este país tiene derecho a que no lo dejemos a la merced de su suerte.
Porque es nuestro deber no dejar de luchar por ella.