Podríamos decir que esta columna periodística se originó hace quince mil años, cuando llegaron a habitar el Caribe colombiano los primeros hombres y mujeres, nuestros antepasados, que dieron vida a la cultura Caribe, que hoy parece interesarnos muy poco, como si la historia de nuestra América se hubiese iniciado con la llegada de los conquistadores.

El desconocimiento de nuestros orígenes es una de las principales causas de que nuestros países tengan una débil identidad. Un sociólogo inglés, cuyo nombre no recuerdo, definió la sociedad como una relación entre los que vivieron, los que están vivos y los que vivirán; por esto, para construir futuro es necesario conocer nuestros orígenes. Ninguna sociedad se ha desarrollado desconociendo su historia; a través de ella se construye la identidad y el sentido de pertenencia, que nos da vigor en la lucha por la existencia.

La vida, como señala el historiador inglés Norman Pounds, es un complejo de necesidades fisiológicas, aspiraciones intelectuales y temores. Nuestras necesidades son fáciles de identificar: comida, abrigo, techo, vestido, protección, etc. A partir de la satisfacción de estas necesidades básicas se construyó la historia de la humanidad, porque de cierta forma la vida humana es la memoria de cómo los hombres y mujeres han ido dando satisfacción a sus necesidades físicas y a sus aspiraciones, y librando los miedos de sus mentes.

Proveer los recursos para la vida ha sido el origen de las sociedades, porque gracias a ellas los hombres y mujeres se unieron para asegurar los alimentos, proteger a los niños, dominar la inseguridad y el miedo, reducir la violencia y, al mismo tiempo, tratar de protegerse de los cuatro jinetes apocalípticos de san Juan: la guerra, el hambre, la enfermedad y la muerte.

Conocer hoy la historia de nuestros pueblos originarios es posible gracias a la Arqueología, particularmente, dado que logra rescatar, a través de objetos hechos por el hombre de esa época, la historia de la cultura material, ya que a través de ella es posible conocer lo esencial de la vida de estos primeros habitantes del Caribe colombiano; las formas en que conseguían asegurar su vestido y su protección; los esfuerzos que realizaban para conseguir su alimento cotidiano y los empeños cognitivos por entender su mundo y mejorar su vida transformando la naturaleza.

No me cabe duda de que el hecho más importante en la vida de la ciudad de Barranquilla este año fue la inauguración del Museo Arqueológico de Pueblos Karib-Mapuka, instaurado hace algunos días por la Universidad del Norte como un aporte invaluable a la vida cultural de la ciudad.

Reúne una gran colección de más de 1.600 objetos del Caribe colombiano, que permiten hacer un recorrido por los últimos 15.000 años de historia, desde los primeros pobladores del continente, pasando por la invención de la alfarería, en San Jacinto, Bolívar, explicando el proceso de sedentarización y cultivo de la yuca brava en Malambo, presentando los avances en ingeniería de taironas y zenúes, así como los grandes mercados de los malibúes en el bajo Magdalena.

Hace más de 30 años, el profesor Carlos Angulo Valdez, en la Universidad del Norte, inició sus primeros estudios arqueológicos en la Región Caribe colombiana.

Posteriormente, prestigiosos antropólogos, arqueólogos e historiadores profundizaron los estudios en este tema permitiendo a Uninorte —junto a personas particulares que entregaron voluntariamente sus colecciones—, ofrecerle a la ciudad este museo que enriquecerá nuestras vidas.

Donde toda la ciudadanía en general podrá ver un conjunto de objetos materiales e inmateriales a través de los cuales conocerán su historia, se sentirán orgullosos de sus más profundos orígenes, y se sorprenderán de los avances culturales de esos pueblos, que se constituyen en un legado invaluable para la Humanidad.

jamar@uninorte.edu.co