Una función del Estado
Lo que está sucediendo en ese país puede validar las advertencias de Hobbes. Sin un mínimo de autoridad, las sociedades se deslizan inevitablemente hacia la autodestrucción, rompiendo el contrato social. Por eso, una función ineludible de cualquier Estado responsable es ejercer control sobre las acciones de sus ciudadanos, sin abusos y con salvaguardas, pero con señales inequívocas y transparentes.
Las preocupaciones concernientes a la configuración del Estado, su pertinencia, tamaño y funciones, han ocupado contingentes de filósofos y políticos desde que se tiene memoria. Empezando con Platón y su República, cientos de modelos se han planteado, otros tantos se han probado y afortunadamente algunas ideas se han olvidado. Debo a una noticia reciente la revisión de una de esas propuestas: la que publicó Thomas Hobbes en 1651.
En Leviatán, Hobbes dio indicaciones sobre la forma de apaciguar el salvajismo que él asociaba con la condición humana, describiendo la necesidad de contar con un Estado poderoso que fuese capaz de aniquilar las voluntades individuales, imponiendo un orden general que se asemeja a lo que pretendían los totalitarismos que plagaron trágicamente el siglo XX. Hobbes evidentemente tenía una pobre imagen de los seres humanos, comprendiéndolos muy condicionados por el miedo a la muerte y el apego a los intereses personales. Por eso, sostenía que era necesario un esquema autoritario e indiscutible. Aunque a estas alturas no resulta sensato defender esas ideas, algunas de sus motivaciones no han perdido vigencia y merecen una revisión.
La noticia que mencioné en el primer párrafo de esta columna daba cuenta de unos espantosos sucesos acontecidos en Haití, donde no hay un gobierno legítimo desde el asesinato de Jovenel Moïse, hace ya dos años. Continuando con una desbordada espiral de violencia, milicias populares han empezado a vengarse de los abusos de los pandilleros que por varios meses aprovecharon el desorden para saquear, violar y asesinar sin control a la población civil. El 24 de abril un grupo de milicianos detuvo a 14 pandilleros y los quemó vivos frente a una estación de policía. Ejecuciones similares suman unos 160 asesinatos hasta el momento, sin que haya indicios de moderación. Sumido en un desgobierno rampante, Haití se entrega al caos.
Lo que está sucediendo en ese país puede validar las advertencias de Hobbes. Sin un mínimo de autoridad, las sociedades se deslizan inevitablemente hacia la autodestrucción, rompiendo el contrato social. Por eso, una función ineludible de cualquier Estado responsable es ejercer control sobre las acciones de sus ciudadanos, sin abusos y con salvaguardas, pero con señales inequívocas y transparentes. Como lo ha demostrado la historia, pocas cosas deterioran la convivencia entre las personas como la impunidad y la injusticia. Es posible entonces que Hobbes se haya equivocado con sus propuestas, pero quizá acertó con su diagnóstico.
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