El reporte de varios heridos durante la celebración de unas corralejas en Santo Tomás, sumado a la divulgación de unos videos en los que se pueden ver impresionantes embestidas y corneadas, han reavivado voces que consideran ineludible la necesidad de prohibir dichos festejos. En el desarrollo de las discusiones al respecto, con frecuencia se definen estas expresiones como bárbaras o colmadas de ignorancia y primitivismo, señalando que su supuesto valor cultural no las debe hacer impunes al juzgamiento acerca de su inconveniencia. Sin embargo, siempre que observo este tipo de posiciones trato de defender, no tanto los actos que se enjuician, sino el valor que tienen las libertades individuales, que es lo que creo que está realmente en juego cuando se pretende prohibir todo lo que suponga un peligro para las personas.
Me parece conveniente aclarar que no siento especial atracción por las corralejas. Incluso me cuesta entender a quienes las disfrutan, dado que son eventos en los que casi siempre hay lesionados y en muchas ocasiones, muertos. No soy capaz de contemplar con gusto la muerte o el sufrimiento de nadie, su valoración estética no me lo justifica, pero eso no es razón para pedir que se prohíban desde una ley o un acto del Estado.
Dentro de las decisiones que día a día libremente toma cada quien, también es posible optar por hacerse daño, o ponerse en riesgo. Salvo con los niños, a quienes por su menor estado de desarrollo cognitivo sí es necesario guiar y acotar, nuestro papel con el resto de las personas debe limitarse a señalar las consecuencias probables de sus actos. Lo que el individuo decida para sí mismo es su problema. Siempre que esas decisiones no afecten a otro o a otros, si alguien quiere verse enfrentado a un riesgo innecesario o evitable, allá él (o ella).
Creo que poder ejercer la libertad, a pesar de las limitaciones y diferencias que algunas sociedades tienen entre sí, es uno de los grandes privilegios del mundo moderno, al menos en buena parte de Occidente. No creo que nadie extrañe épocas en las que casi todo nos era vedado y oculto, en las que no se podían leer ciertos libros, ni escoger pareja, ni oficio, ni religión, ni prácticamente nada. Por eso es tan delicado reclamar prohibiciones sobre las decisiones personales, porque es el inicio de un camino que no tiene un claro final. Tal tendencia nos puede llevar a sociedades paternalistas y proteccionistas, en las que el diferente suele pagar el mayor precio con castigo, exilio y vergüenza. Cuán diferentes serían las discusiones sobre el futuro de nuestro país si en realidad valorásemos el significado de la libertad y comprendiésemos las responsabilidades que atañe.
El individuo es libre de hacer consigo lo que quiera, pero no de hacerlo con los demás. Si alguien juzga que lanzarse al ruedo con un toro furioso es oportuno, o sensato, o divertido, hay que dejarlo. Si no nos gusta, como en mi caso, siempre podremos mirar para otro lado.
moreno.slagter@yahoo.com
@Morenoslagter
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