El Heraldo
Opinión

Que no haya campeón

Los reprochables y absurdos acontecimientos que propiciaron el aplazamiento (o la suspensión, al escribir esta columna eso increíblemente aún no se sabe), de la final de la Copa Libertadores de este año, si bien merecen toda la censura y el castigo posible, no pueden sorprendernos demasiado. Que el fútbol en Suramérica alcanza una importancia desproporcionada y que se utiliza como vía de escape para un sinfín de frustraciones y reivindicaciones no es descubrimiento reciente, de hecho, es un fenómeno que viene en aumento y que no parece estar todavía comprendido, mucho menos cercano a controlarse. El enfrentamiento posterior entre los presidentes de los clubes involucrados, en los que se ha mencionado traición y cobardía, solo está logrando añadirle más truculencia a un suceso que ya debe formar parte de la vitrina principal de las vergüenzas deportivas de la historia.

Todo este asunto ha evidenciado buena parte de los problemas que aquejan a esta atribulada región. Parece que a pesar de las aparentes similitudes entre nosotros (somos hermanos, decimos con algún orgullo), hemos demostrado ser absolutamente incapaces de ponernos de acuerdo en casi nada. Un partido de fútbol, lo que se supone que iba a ser una fiesta deportiva entre dos equipos con tradición y jerarquía, además esperado por todo el continente y que había llamado la atención de medio mundo, ha logrado convertirse en un panteón de pequeñeces que ha sacado lo peor que tenemos. 

Que unos desquiciados le hayan tirado piedras al bus de Boca Juniors es terrible, pero creo que es peor el espectáculo posterior. La dirigencia del fútbol, emulando otros tipos de liderazgos regionales, no ha podido arreglar el incordio, lo ha empeorado, sumiendo todo en la incertidumbre y la falta de reglas claras, evadiendo decisiones definitivas, tirándose la pelota de un lado a otro. Hay reuniones, declaraciones, lavadas de manos, señalamientos, folios van, folios vienen, de todo. Es lo mismo que sucede en otros ámbitos, las disputas en nuestro entorno no parecen acabar nunca, hay mil instancias y pocas soluciones.

Si estuviese en mis manos tomaría una medida radical: dejaría desierto el título, que no haya campeón. No vale la pena celebrar nada, ya todo se estropeó. Un mensaje así de contundente podría, quizá, invitarnos a pensar con mayor calma sobre la importancia que le damos a ciertas cosas y los motivos que nos llevan a tener siempre a la violencia, física o verbal, como el único vehículo de resolución para casi todo lo que nos pasa. De pronto esa no sea necesariamente la decisión más justa, pocas lo son, pero sí sería la que más recordaríamos. Que toda la comunidad del fútbol suramericano sienta vergüenza y que se asuman las consecuencias por haber sido incapaces de jugar el partido de fútbol que habíamos juzgado, vaya ironía, como la final del mundo.

moreno.slagter@yahoo.com  @Morenoslagter 

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