Quizá sea una impresión infundada, derivada de la rapidez y la omnipresencia de las redes sociales y los sistemas de comunicación, y que siempre haya sido así solo que no nos enterábamos, pero da la impresión de que por estos tiempos hay una exacerbación de las manifestaciones colectivas para reclamar por cualquier cosa. Se pide marchar con entusiasmo cada par de días para apoyar o atacar a alguien, a una idea, o pedir recursos, o expresar descontento.
Estos fenómenos no son necesariamente perniciosos, por fortuna son eventos que se pueden hacer en la mayoría de los países y en muchas ocasiones son motivados por aspiraciones sensatas, un logro de la civilización occidental y de los sistemas democráticos y liberales. Lo malo, me parece, es que se entienda que todo se logra a partir del reclamo y la presión colectiva, que basta con pedir para tener y que la mayoría siempre tiene la razón.
Siempre habrá una causa por defender o una injusticia que abolir, nuestra realidad está llena de sufrimiento y atrocidades abominables que suscitan rabia y descontento. Siempre seremos, me temo, un proyecto en construcción. El peligro que supone el planteamiento de utopías perfeccionistas, aquellas en la que nadie sufre y todo está dado, es que nos hace menospreciar las indiscutibles mejoras que la humanidad ha venido alcanzando, especialmente desde hace unos tres siglos. Ante un escenario ideal (y seguramente irreal), el presente sabe mal. Podrá parecer entonces que por eso hay que protestar y amotinarse con vigor incansable, porque el mundo no es justo, porque hay que cambiar. Por eso me atrevo a sugerir que todos seamos activistas.
Para serlo no hace falta salir a la plaza con arengas inflamadas, ni pintar mensajes en las paredes, ni atacar policías, ni mucho menos interrumpir la vida cotidiana. Todo eso se puede dejar para momentos excepcionales y de verdadera conmoción, que también los hay. El activismo que propongo se construye día a día mediante el trabajo, la honestidad y el respeto. El carpintero que se esmera en sus encargos y cumple con lo que promete, el médico dedicado que quiere en realidad mejorar la calidad de vida de sus pacientes, el abogado que se ciñe a las leyes para resolver una disputa, el conductor que entiende y respeta las normas de tránsito, el arquitecto que sabe que es capaz de mejorar el hábitat humano, el negociante que observa transparencia en sus transacciones, son ellos los ciudadanos que más se necesitan, son ellos quienes cambian el mundo.
Ojalá enfrentáramos los retos diarios y abrazáramos las conductas honestas con el mismo ánimo que se ve en algunas de las marchas que recientemente han inundado nuestras ciudades. Valdría la pena esperar menos de los caudillos y valorar más la responsabilidad que tenemos los ciudadanos. Creo que esa es la mejor manera de propiciar una mejor vida para todos.
moreno.slagter@yahoo.com
@Morenoslagter
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