La irracionalidad que produce el fanatismo patético por el fútbol me permitió ver a más de uno justificando la violencia de Pablo Armero. Para la mayoría de las personas no había un asunto moral de por medio. Querían ver el espectáculo, querían que siguiera la función, querían a su jugador allí, en el juego.
En medio de la polarización del país, el fútbol siempre convoca. La camiseta de la Tricolor es la bandera y los cánticos son los himnos. Un nacionalismo repentino nos hermana. Más allá del asunto deportivo, la Selección colombiana es un símbolo, un referente. Respetar ese símbolo le importó un carajo a Pékerman. Un cobarde, que le arranca el pelo a su mujer porque no quiere tener sexo, hace parte del equipo.
Hace unos 10 años se creó la campaña “La violencia contra las mujeres no te hace campeón” que se inspiró en el lenguaje del fútbol para sancionar moral y socialmente las violencias en todas sus formas, pero en especial contra las mujeres. No solo se pedía sacarle tarjeta roja a los agresores, sino que sugería que los mismos hombres pidieran ayuda si tenían una tendencia a resolver sus conflictos de manera violenta: “si usted está fuera de lugar, necesita ayuda”.
En aquel momento se reconocía el poder que tenía el fútbol para mover masas, así que las campañas para evitar la violencia se fueron a las canchas. Lo que ha hecho Pékerman metiendo a Armero es todo lo contrario.
Premió al agresor sin ningún miramiento. Ha podido aprovechar la oportunidad para comprometer al equipo con el tema, obligar a Pablo Armero a ser parte de un proceso terapéutico, sensibilizar a los jugadores, y asumir el papel que tienen frente a millones de niños que quieren ser como ellos. Los jugadores son modelos, no estaría nada mal que se exigieran un poquito de altura moral. El que empieza arrancando el pelo porque la mujer no se quiere acostar con él, es el mismo que termina violando. Ese que pega y pide perdón después, es el mismo que termina matando. A las mujeres en Colombia nos asesinan en nuestras propias casas y quien nos arranca la vida suele ser el hombre con el que la compartimos.
Ahora, si Pékerman tiene un grupo de bestias que saben patear un balón, entonces démosle al fútbol las justas proporciones y redefinamos si acaso vale la pena todo lo que se gasta en publicidad apoyando a una empresa sin ética ni moral, una empresa que premia a agresores por encima de la indignación de las mujeres, una empresa de cualesquiera, sin estrellas, y dejemos de sublimar esa porquería.
La grandeza que los hinchas piden hay que dársela al equipo, que para reafirmar la pena que dan, ni siquiera ganaron jugando bien. Maldiciones sí están recibiendo los muchachos, de seguro, por muchas mujeres que estamos indignadas. No es posible que a un equipo que no tiene la mínima consideración y decencia con una realidad tan devastadora le vaya bien.
@ayolaclaudia
ayolaclaudia1@gmail.com
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